18 jul 2012

Lo fatal y lo imperecedero

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Miro a la lluvia llegar y decirme:
Olvídate de la dignidad.
Ella te engaña
y tú también.
Así es el jardín que has cuidado.
No pretendas que no te advertimos,
nosotras, todas las gotas.
No pretendas que el sol estuvo ahí
para que lo vieras ir muriendo de a poco,
tan de a poco.
No pienses que de pronto se abrirá
el sentido como un capullo.
Tu deterioro ha extendido sus raíces
por entremedio de las paredes,
entre las grietas de la madera.
No pienses que el aliento dirá tu verdad.
Es posible que caiga la reja,
sin embargo, sin querer,
pero entonces nada te separará
de los perros.
No pienses que transformarás
el aire en escalera
ni la respiración en pasos.
Solo serán, por si solos,
un pecado capital:
cambiar la piel y nada más.
Dejarla caer en partículas a tu alfombra.
No pienses que podrás dormir,
ni que lo harás tranquilo.
Piensa apenas en lo fatal
y en lo imperecedero.
¿Qué tienes en las manos?
¿Acaso un pedazo de su alma todavía?
¿Acaso un pedazo de su fantasma?
¿Qué quieres de tu vida ahora que se ha ido?
No es suficiente.
No has encontrado tu melodía
y no digas que hacer cosas cambiará las cosas.
Apenas haces nada y no has logrado levantarte
ni para ver el horizonte.
Tu yacer nos agota.
Toma estos charcos.
Toma este día.
Arrepiéntete.
Pertenece.



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7 jul 2012

Cañaheja en llamas

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Hay que desenvolver
el aire que dejamos atrapado
al arrugar esos papeles.

Con este te limpiaste.
Con este pasó el año.
Con este confirmaron
tu cerveza, tus papas fritas
y se fue la grasa de tus dedos.

No es importante
lo que se fue en ellos,
sino todo lo contrario:
El respiro que sigue
trayendo la basura
a las narices.
Un ritmo terminante
que gotea con los deshechos
hasta el hueso del aliento.

El aliento que sigue visitando
a los ácidos del estómago.

La culpa sin memoria
que se acuesta en el drenaje
de la conciencia.

Hay tiempo para levantar la roca
y ofrecer el brazo al fluido
de huevos cargados por las hormigas.

Hay tiempo para recoger la lluvia con los pasos
y guardarla en un resfriado.

La calle, la sirena
la caravana, el hotel.

Hay tiempo para visitar sin propósito
e ir cayendo en cuenta
como agua por una cascada.

Hay tiempo para ser un desierto
y esperar la caravana de camellos.

Hay también para cambiar como un paisaje;
de selva a tundra a roca a acantilado.
De día nublado a tormenta,
de tormenta a arcoiris,
de arcoiris a viento
y de viento a incendio.

Hay que guardar el fuego en los órganos.

Acarrear por el torrente sanguíneo hilos de fuego
y enredarlos entre todo el sistema.

El cielo disolverá el calor,
el viento esparcirá las llamas
y el cemento las detendrá.

El buitre comerá eternamente
los órganos de la Promesa.

El cuerpo en incesante génesis
será la severa conciencia de la montaña.

El fuego es nuestro, nuestro
y la calma mientras se ahoga vendrá.

¡Que se levante y circule!

Que mientras los pasos de la hija ociosa
circunden el corral de la parcela,
se levante la furia del ganado enfermo.

Mientras se estén preparando las inyecciones,
mientras la calle esté hecha un hoyo
para arreglar el alcantarillado,
mientras en los parques
los árboles sigan atados a un palo,
mientras la luz no cambie
y el amor siga desencadenando ataques,
veremos en la cadena montañosa que se hunde
un azul resplandor de vidrios desparramados.

Bien adentro del bosque
descansa el día en que esto pase.

¡Y que esto pase
y deje todo abierto,
todo inflamado,
todo luz llegando,
todo pájaros y
colinas húmedas
prontas a cubrirse de flores, regadores y cercos!



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