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Una torre de jaibas vivas
dándote la bienvenida a un restorán.
Están amarradas sus tenazas a sus cuerpos
con cintas blancas de plástico
y solo pueden mover sus ojos
cuando a ellos acercas un dedo.
No parecían vivas las jaibas,
pero sí húmedas y frescas.
La cinta estaba tan apretada,
que sospeché a su tensión contribuía
la fuerza de los brazos gruesos que amarraba.
Era verdad porque apartaron sus ojos.
Se sostenían vivas y haciendo fuerza
hasta seguramente, al cerrar el mall,
morir en su forzado trabajo.
Chino era el local y su portero tailandés
mostraba la viva y tensa torre con sus gestos.
Decía era barato comer adentro invitándonos,
pero yo solo quería ver las jaibas.
Pobres animales en ese momento,
y eternamente dignos una vez muertos.
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6 may 2010
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