30 jun 2010

046

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No entré el auto, salté la reja y caminé por el estacionamiento deseando como siempre no pisar mierda de los perros. Satisfecho, entré a la casa y apagué las luces de la cocina y la puerta de entrada. Divisé a Chascona, la gata blanca a la que soy alérgico, y la perseguí hasta la pieza de mi madre, que dormía con Marcelo y mi hermana pequeña. Roncaban los adultos, mi madre emitió un susurro ambiguo y la gata se metió bajo la cama, desistí y me volví subiendo la escalera para alcanzar mi cama.

Desde mi cama, repaso los hechos nocturnos previos:

Venía de la casa de Bosco. De vuelta a mi casa se me ocurrió la idea de ver a Javiera. Recordé sus tetas nuevas y su buena disposición a complacerme, recordé lo barato y el suficiente dinero que descansaba en mi billetera. Al detenerme me preguntó - ¿Salimos? - Sí, súbete. Y luego entramos en complaciente intercambio de recuerdos.

Un amigo me comenta el proyecto que ha emprendido: certificar las folladas que comete y experimenta, guardar las evidencias y emitir declaración escrita. Dice que hay métodos que producen evidencia más asequible y objetual que otros, por ejemplo el uso de condón. Un adn por cada lado. Sabe él que es un juego fantasioso e inútil, pero lo liga a objetos que contienen la información que certifica los hechos de su existencia. Quiere probar sus huesos, quiere probar que su cuerpo no es negro por dentro, sino que pila de documentos de datos concretos, de historia, de archivo, de memoria íntima y legal sucesión de hechos.

Javiera me empieza a tocar el pico camino al callejón que usamos. Celebra que lo tenga ya duro diciendo que le encanta. Le digo mis complementarias complacencias como: ¿Cómo están tus tetas? ¿Cómo te ha ido con la novedad? Claro, supongo que sí, si te quedan súper bien. Me dice sí, ¿te gustan, duritas y paraditas?

Al rato de chupármela me dice que le gustaría sentarse encima. Le digo que haga lo que quiera, que yo haré cualquier cosa para complacerla. Dice que le gustaría que fuéramos a un Motel, para tener tiempo y disfrutarnos. Le prometo que la próxima vez será. Le pregunto qué moteles hay por acá en Providencia, me dice que solo hay muy caros y que iríamos a uno en el centro que sale cinco lucas la hora. Le prometo que la próxima vez será y sigue chupándolo y conversamos entremedio de sus succiones. Le toco las tetas mientras me lo chupa. Le propongo ponérselo y me dice que sí porque le gusta conmigo. Dice que mueva el auto, lo muevo y nos bajamos y se lo pongo mientras exclama que me vaya. Estoy demasiado borracho para eso y finjo mi orgasmo para satisfacerlo. Al sacar mi pene se adelanta a sacarme el condón pero la detengo y me lo saco yo, guardándolo en el bolsillo.

De vuelta le prometo que la próxima vez iremos a un motel. Al bajarse me da un beso en la boca. Disfrutando de su pegajoso lápiz labial invisible exclamo: ¡Qué rico tus labios, se nos olvidó darnos besos!

A algunos árboles les pusieron pequeñas luces naranjas alrededor de sus ramas y colgando del follaje, en la noche parecen infectados por una peste lumínica, en el día no se notan. Paso por ahí triste y queriendo llegar rápido a mi casa.


Venía de la casa de Bosco, habíamos estado tomando cerveza por seis horas, de diez a cuatro conversando y recordando y yo de vez en cuando iba al baño a jalar una línea de lo que me sobró ayer. Me contó sobre haber internado a su madre en el psiquiátrico de la chile. Le conté mis a veces disfuncionales experiencias últimas con Daniela.

¿Ves a las personas en la calle, ¿qué vivieron antes de exponerse ante ti? Ese viene de haberle pegado a su esposa, ese viene de enterrar a su padre y esa otra insatisfecha con su vida marital o familiar. Ese viene esperando llegar a descansar o a follar a su casa y ese otro de robar o ser robado por alguien sea su mujer o un flaite cualquiera. Ese allá piensa en nada y esa otra en que hará mañana, lo espere o lo tema.

Borracho manejo muy tranquilo, lo disfruto y confío en que un manejo cauteloso no me llevará a imprevistos. Los transeúntes hacen malabares con piedras en los semáforos, no sé para qué quieren plata a esta hora si no es para emborracharse, pero hoy es el día del trabajador y las botillerías cerraron temprano, quizás conocen un clandestino, o algún bar de chinos abiertos. "Pa los chinos, todos son días del trabajo" bromeó un amigo. Yo recuerdo a medias un dicho: "El que no sabe a qué vino, para qué chucha vino." Es difícil aguantar las calles, la calma de la noche lejos de los bares. ¿A quién queremos matar? ¿Cuándo le pusieron nombre a mi rostro y cédula a mi identidad?

Somos todos monstruos frágiles. Por la piel flácida y por el placer al hacer daño de repente o inconscientemente. La vida es una amenaza, todo se debe a que estos diablillos nacen sin poder controlar su furia. Es duro ser padre: formar, amputar pedazos de personalidad. Disgusto, pero peor, compasión. El odio es un afecto, somos afectados por el odio. Amar es el poder de hacer sufrir. Los sufrimientos que los hombres se infringen son cuantas veces entramos y salimos del mundo de los humanos. Enseñar el odio a los niños, preparar la próxima guerra: la violencia ritualizante, la tortura de hacer hablar mientras nos ahorcan. La felicidad: la promesa de la representación: Jesús convirtió toda el agua de mi cuerpo en vino para asesinarme.

Javiera es transexual. Mientras me chupaba el pico pensaba en cómo sería presenciar el suyo realmente, mirarlo o no sé. No me excitó la idea pero sí interesó. La dejé pasar.

Despierto y recuerdo. Ayer soñé varias situaciones distintas y aparentemente inconexas:

Vivía en un internado universitario. Mi pieza era una bodega de altísimas murallas y azul papel mural apenas roído y descolorido. Se aproxima una prueba sobre las cartas de tal y tal conquistadores durante una época específica de su aventura en Chile. Mi pareja y sus amigas desagradables estudiaban para otra evaluación acerca de literatura erótica de principios del siglo pasado, revisaba yo un libro que habían dejado sobre el sillón, Natalia Azocar, era su autor.

Antes habíamos ido a buscar cuarzos a las montañas, al sur frío o al Himalaya con Adolfo. Necesitábamos un permiso que a él le negaban, y yo necesitaba hablar con un profesor de geología que me iba a dar las instrucciones de extracción. Me llamaba muy temprano y no le contestaba, seguía durmiendo. Adolfo se perdía y tras recoger un cuarzo hermoso de la calle ya pulido, me dirigí al terminal a esperar pasaje.

Terminaba todo en un matrimonio familiar en el que conocía a una pariente nueva, lejana, gorda y rubia con tatuajes. Me invitaba a mirar su entintado brazo y yo chupaba la calavera con insignia preguntando: "¿este es el tatuaje de familia?" Ella respondía: "Mira un poco más arriba. Esa es la herida de familia." Levantaba mis labios de su piel y veía, a la altura de su hombro, un sector de tres centímetros cuadrados pelado, rojo y brillante.

El amanecer se me vino encima como una marea, luego como una herida que se abre, la herida del día que viene, otra jornada amaestrada, la vi cansando a los que la miraban, la jornada es un trino, entre madre, canto y tierra. La jornada es un portazo de madera vieja en la cara, arrastra las débiles piedras que nos desmayaron.

Miré por la ventana, por donde iba subiendo la calle, inflamándose como entraña infectada, la calle, haciendo de lomo para nosotros parásitos. Aunque estaba pensando en la imagen de pájaros comiendo del lomo de un grande o en los pequeños peces que penden de la piel de un tiburón, pero esos son casos de intercambio con beneficio mutuo, eso no sucede entre los humanos y el lomo de la tierra. Me interrumpieron unos gritos mujer de desesperados que pasaban por la calle, pensé que la estaba jodiendo un tipo, pero me asomé por la ventana y enteré de que estaba alucinando sola cargándose el escándalo. Llevaba mucho equipaje, bien equipado como un esforzado exiliado al embarque pero seguramente iba buscando un sitio donde dormir. Dormir.


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10 jun 2010

045

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Martes por la noche, después de dormir la mayoría del día, desde las dos hasta las cuatro, me levanto y siento impulso por ver a Bosco, almuerzo lentejas y termino la novela de la que me quedaban cien páginas. Camino a su casa toco dos veces la bocina y llego esperando comunicarme, esperando ser un tajo abierto y recién tajado, honesto y no discretamente cubierto o simulado, termino en exactamente lo contrario. No saber qué decir ni qué hablar y suponiendo que es derecho de las putas decir qué rico y me encanta y porque grande tierno y terso. Me fui a Javiera, la carita de mujer que me cobra lo mismo que a su pololo promediando. Yo te pagaría todo lo que pidieras todo lo que ganas en la noche por la noche entera y más y ¿te vas a una fiesta después, a dónde? A alameda con rosas en algo con N, una discoteca, pregúntenle a ella, a Javiera. Una morena de lo más discreta con cara redondita que no te pillas drogada como a tu madre tambaleándose en el pasillo de su pieza a la cocina sino que en la vereda, asomada, oscura y encantadora, con su cifra escrita en sus operaciones y rostro afortunado. Saludando y saludándome a mí, a mí porque la conozco y me cobra menos y la próxima vez vamos a un motel y te lo pongo y las tetitas te quedan tan bien cuatrocientos gramos. Me voy a poner cien más para llegar a los quinientos , pero que bien y ¿cuándo te operas el pico? Estoy ahorrando hace tiempo. Javiera tiene ahorros por separado, ahorros con un objetivo fijo: su identidad. Siempre ha sido mujer. Yo le creo por sus labios, por su forma de hablar cantada y lasciva como quien se entromete en el coito de su madre a los quince años o menos, le creo por sus quinientos gramos en las tetas y por su cariño conmigo. Por diez lucas me lo chupa media hora y por el culo media más hasta que me voy a veces tan borracho que ni parece parado el pico y el semen sale decepcionado a la jaula de plástico como si hubiese estado haciendo cola todo el día. Ella siempre insiste en anudarlo y botarlo pero yo me adelanto y le digo que yo lo haré. Lo guardo en un refrigerador donde llevo veintiséis condones acumulados desde dos meses atrás.

Javiera no me satisface sexualmente pero es a quien le doy mi sonrisa más sincera. Ella misma es la prueba de mi retorcimiento. La moral de mis pilares educacionales se derrumbó ante su cuerpo operado y su pene oculto. La homosexualidad tiembla en el horizonte de un programa de televisión, pero no en Javiera, una mujer gigantescamente femenina cuyo calle cuerpo florece en cada palabra y en cada succión y en cada gemido. Su voz es ronca y suave, cómoda y a la deriva, sondando la noche como un auto. Se sube al mío y se mira en el retrovisor lo primero. Javiera es la reina de mi perversión, una comodidad por la que pago diez lucas a gusto, un recuerdo rebuscado de mi amigo íntimo a quien culeaba a los once años, solo que Javiera no tiene pico a la vista, menos todavía, un pico condenado a una operación de extinción, destinado a ser substituido por un chochito filele. Una mujer, mi mujer. ¿Cómo defiende uno meterse regularmente con un transexual de la calle? No es necesario, la amo tanto como a una mujer cualquiera que hace mi noche valer la pena, que me habla como a un ser humano, que me dice: si claro y no también y cuándo y dónde y yo tampoco e igual y que rico y que tanto y si por ejemplo y necesitamos más tiempo para hablar, me confundes y eres medio loco y medio complicado pero tierno ante todo lo pasa bien conmigo, lo pasa bien conmigo y lo pasa bien a solas conmigo, chapándome el pico y prestándome el culo. ¿Qué tanto, qué tanta culpa recae sobre el come trolos? ¿Un homosexual frustrado, un misógino tirando a homosexual, un chucha por la chucha, un weón asqueroso loco de mierda? Mi vieja está durmiendo ¿qué wea? Ya pasó la marcha nocturna de la reprobación, la desnutriente voluntad.


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