10 jun 2010

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Martes por la noche, después de dormir la mayoría del día, desde las dos hasta las cuatro, me levanto y siento impulso por ver a Bosco, almuerzo lentejas y termino la novela de la que me quedaban cien páginas. Camino a su casa toco dos veces la bocina y llego esperando comunicarme, esperando ser un tajo abierto y recién tajado, honesto y no discretamente cubierto o simulado, termino en exactamente lo contrario. No saber qué decir ni qué hablar y suponiendo que es derecho de las putas decir qué rico y me encanta y porque grande tierno y terso. Me fui a Javiera, la carita de mujer que me cobra lo mismo que a su pololo promediando. Yo te pagaría todo lo que pidieras todo lo que ganas en la noche por la noche entera y más y ¿te vas a una fiesta después, a dónde? A alameda con rosas en algo con N, una discoteca, pregúntenle a ella, a Javiera. Una morena de lo más discreta con cara redondita que no te pillas drogada como a tu madre tambaleándose en el pasillo de su pieza a la cocina sino que en la vereda, asomada, oscura y encantadora, con su cifra escrita en sus operaciones y rostro afortunado. Saludando y saludándome a mí, a mí porque la conozco y me cobra menos y la próxima vez vamos a un motel y te lo pongo y las tetitas te quedan tan bien cuatrocientos gramos. Me voy a poner cien más para llegar a los quinientos , pero que bien y ¿cuándo te operas el pico? Estoy ahorrando hace tiempo. Javiera tiene ahorros por separado, ahorros con un objetivo fijo: su identidad. Siempre ha sido mujer. Yo le creo por sus labios, por su forma de hablar cantada y lasciva como quien se entromete en el coito de su madre a los quince años o menos, le creo por sus quinientos gramos en las tetas y por su cariño conmigo. Por diez lucas me lo chupa media hora y por el culo media más hasta que me voy a veces tan borracho que ni parece parado el pico y el semen sale decepcionado a la jaula de plástico como si hubiese estado haciendo cola todo el día. Ella siempre insiste en anudarlo y botarlo pero yo me adelanto y le digo que yo lo haré. Lo guardo en un refrigerador donde llevo veintiséis condones acumulados desde dos meses atrás.

Javiera no me satisface sexualmente pero es a quien le doy mi sonrisa más sincera. Ella misma es la prueba de mi retorcimiento. La moral de mis pilares educacionales se derrumbó ante su cuerpo operado y su pene oculto. La homosexualidad tiembla en el horizonte de un programa de televisión, pero no en Javiera, una mujer gigantescamente femenina cuyo calle cuerpo florece en cada palabra y en cada succión y en cada gemido. Su voz es ronca y suave, cómoda y a la deriva, sondando la noche como un auto. Se sube al mío y se mira en el retrovisor lo primero. Javiera es la reina de mi perversión, una comodidad por la que pago diez lucas a gusto, un recuerdo rebuscado de mi amigo íntimo a quien culeaba a los once años, solo que Javiera no tiene pico a la vista, menos todavía, un pico condenado a una operación de extinción, destinado a ser substituido por un chochito filele. Una mujer, mi mujer. ¿Cómo defiende uno meterse regularmente con un transexual de la calle? No es necesario, la amo tanto como a una mujer cualquiera que hace mi noche valer la pena, que me habla como a un ser humano, que me dice: si claro y no también y cuándo y dónde y yo tampoco e igual y que rico y que tanto y si por ejemplo y necesitamos más tiempo para hablar, me confundes y eres medio loco y medio complicado pero tierno ante todo lo pasa bien conmigo, lo pasa bien conmigo y lo pasa bien a solas conmigo, chapándome el pico y prestándome el culo. ¿Qué tanto, qué tanta culpa recae sobre el come trolos? ¿Un homosexual frustrado, un misógino tirando a homosexual, un chucha por la chucha, un weón asqueroso loco de mierda? Mi vieja está durmiendo ¿qué wea? Ya pasó la marcha nocturna de la reprobación, la desnutriente voluntad.


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