25 abr 2010

021

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Recién se me acabó mi cajetilla de cigarros Viceroy y gracias a dios encontré una de L&M en el suelo, al costado de mi escritorio. La había comprado antes de ayer a las cuatro y media de la mañana para webiar hasta al amanecer con María. Digo webiar porque no follamos, conversamos mucho sentados de frente fumando y tomando una sidra que estaba en el refrigerador de la casa de mi padre. La fui a buscar a la casa de una de sus amigas. Al entrar al auto, se pegó un cabezazo con el marco de la puerta. Acaricié su cabeza, estaba borracha y eufórica. Habló de la luz, mansa como un recuerdo. Yo de la transparencia de los sonidos, sobre todo el silencio. Comentamos sus cuadros, llevaba consigo fotos, luces penetradoras, objetos blandos. Estaba triste porque un amigo de su hermano pequeño se había suicidado hace poco. Hay quienes abogan por la abolición de la muerte. Hay quienes no nacen en protesta. No traté de decir mucho, el weon se tiró de un edificio. María, toma tus píldoras y que dios esté contigo. Caer, pensar que se está flotando un segundo y aterrizar desarmándose, los elementos independizados pero confusos derramados. El agua, el aire, los órganos, la electricidad. Estar listo para el registro. Una vez la vida información retenida por la muerte, álcense los comentarios. Sentí que su voz emanaba desde un abismo, cansada por la relatividad cuándo se sube y cuando descendemos. Tanto precipicio, pero no debo ir tan rápido ni tan seguro. A ver, después sigo con esto, quería decir algo acerca de los cigarrillos.

Los primeros, blancos enteros, me sobraron del carrete de ayer, día sábado, compré una después de almuerzo, se me acabó a las cero horas mas o menos el cambio de día y partí a comprar la que hoy a las siete está vacía. Bueno, los L&M que me estoy fumando ahora son corrientes y el papel que rodea al filtro es de diferente color que el resto blanco. Café claro, crema que se yo como chucha describir un color, con una constelación de pintitas mas claras. Una especie de simulación eufemista e idiota del tabaco que lleva dentro la parte blanca. El filtro es rodeado por tabaco gráfico, como si te estuvieran recordando que los cigarros corrientes son más fuertes, recuerda el tabaco, recuerda el tabaco que esta dentro de este tubo de papel, puta la wea estúpida que estoy hablando. Quería decir que en mi cenicero se suma este nuevo color, contrastando con el blanco que ha pasado y un par de pedacitos de papel impreso blanco también blanco, el cenicero es transparente. Hay, veamos, hasta ahora, quince colillas blancas y tres café, un montón de cenizas, cenicero transparente y en uno de los papelitos impresos se alcanza a leer “algo…”. Asumo, por la siguiente letra que apenas se asoma, solía decir “algodón”. Una etiqueta que corté de uno de mis polerones. Debería borrar este párrafo.

María. Me la he follado antes. Finaliza la conversa y partimos a dormir a mi casa materna. A mi viejo no le gusta la idea de que pueda follar en su casa, a mi madre no le molesta para nada, por eso partimos para allá. No había pensado mucho en follarla hasta ese momento, sabiendo que íbamos a terminar en la cama. Llegamos a las siete y media. Le pedí que durmiéramos desnudos, no quiso. Se quedó con un chaleco, calzones y unos shorts que le tuve que ofrecer para que no durmiera con jeans por la chucha. Juro que no follar no me hubiera molestado en lo más mínimo, solo quería culminar la jornada durmiendo entre cojines y piel. De hecho, al principio me había pedido un buzo, fui a buscar y encontré uno pero decidí esconderlo. Pantalones: menos piel, shorts: por lo menos la pantorrilla y fácil acceso hacia los muslos. El chaleco era corto y suelto, vientre descubierto y entrada liberada a sus tetas o espalda.

Una vez en la cama, noté que sus pies estaban helados pero no le presté atención, a lo más pensé que se entibiarían al frotarlos con los míos. Enseguida me preguntó, sientes lo frío que están mis pies, tengo mala circulación, mira, las puntas de mis manos también están heladas. Me imaginé la sangre arrastrándose dentro de su cuerpo blanco, descuidando las fronteras o luchando en vano por llegar a ellas. La pensé desnuda, marmórea, hundiendo mi colchón con su escaso peso. La pensé enferma, su claro cuerpo hinchado y yo arrebatarle toda el agua que lleva dentro, dejándola amarilla, helada entera. La pensé inhóspita y quise decirle, no te dejes definir.

Nos acariciamos un rato y yo, ávido por desnudez, juntaba la máxima superficie de piel posible con la de ella, con sus sectores expuestos. Dejé la música muy baja y a veces, dormitando, le decía lo mucho que me emocionaban algunas de las canciones que cruzaban el tiempo dilatado por el ánimo que preludia al sueño. Ante la tranquilidad que circundaba, con un movimiento brusco me besó, volviendo rápidamente a la posición anterior. Me extrañó, ya no quería follar, solo caer liviano y abandonarme al tiempo evaporado, dormir. De ahí en adelante nuestros labios empezaron a toparse más seguido. Fueron solo algunos besos dormidos, etéreos por el sueño y la borrachera. Los dos teníamos un aliento de mierda, la lengua ácida y los labios secos. Me gustó de todas formas, dormí feliz hasta que por la chucha madre desperté con un llamado telefónico de mi abuelo. Recuerda que hoy vamos al museo. Eran las once veinte, dormí dos horas. La fui a dejar al paradero, el rastro de la borrachera pasada y pasaban las micros incorrectas. No la acompañé hasta que llegara la suya, mi abuelo me estaba esperando.


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020

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La acidez del aire del centro puede percibirse por el olfato y produce lagrimeo. El malestar físico, el sufrimiento, la angustia y la desintegración de la personalidad son silenciados por el tránsito y el asfalto. Perra, deberías estar acá, dispuesta y paciente, para escucharme con simpatía, contestar mis preguntas, atender mis ansiedades, calmar mis preocupaciones y darme todo el apoyo moral que necesite. Bueno, eso solo lo hacen los doctores apenas, tu estás no se dónde y padeciendo también.

Quizás debería haber celebrado más, digo en la fiesta, haberme esforzado por un chocho, en vez de fumar hierba como idiota. Algunas me conversaron, yo con mis brazos cruzados, vodka tónica en la mano derecha, sentía el roce de sus tetas, sus cinturas. No tenía mucho que hablarles, en esas circunstancias no puedo salir con que a través de la historia, el hombre se ha hecho siempre las mismas preguntas, lo que ha cambiado han sido las respuestas. Nena, a ese cambio de respuestas le llamamos progreso. Yo me quedo con las preguntas, con tu cara de pregunta.

Me dejaron botado, es que estaba recluido en la esquina como imbécil, fumando mi último cigarro, tomando un último concho de cerveza. No estaba esperando nada, la verdad, apenas contemplando lo que me parecía un escenario intrigante. Un gran árbol se alzaba frente a un pasillo aéreo, una especie de puente. Tras el árbol, gris por la falta de luz, pasaban tambaleándose siluetas negras borrachas esperanzadas y putas histéricas. Pensaba: el paso de un hombre corriendo tras un árbol y este que crece y no percibimos su movimiento. Compararnos con cualquier estropajo de la naturaleza me resulta deprimente y recuerdo el mierdoso ritmo que llevamos. A algunos les da intriga y esperanza, se encomiendan gozosos. Nuestro objeto no puede ser buscar, por puta curiosidad estéril, lo que los cadáveres puedan ofrecernos por cosas notables, sino reconocer nuestra celda por signos definidos y síntomas constantemente recurrentes.

Terminé de tomar, salí rápido por el pasillo flotante, aterrado por ser una de las siluetas tras el árbol, me agaché. En la escalera me despedí de Laura, una de las que me había rosado con sus tetas, crucé el salón central y me despedí con odio de los guardias, no me habían dejado entrar una cerveza cuando llegamos.

La alameda y la evaporación pútrida, me puse a caminar. No quería esperar la micro, solo confiar en que si pasara yo estuviera justo en un paradero. Caminé alrededor de un kilómetro y sucedió. Arriba de la micro, esa imagen vasta atenuada por la borrachera. Hombres huesudos, con pómulos salientes, ojos grises somnolientos casi penosamente reflexivos, labios y nariz estrechos, otros gordos y apretados, embutidos en sus trajes, también los viejos con gestos plácidos y el pico derrumbándoseles seguramente. Todos iban a trabajar mientras yo volvía del carrete y entre las pesadas expresiones una mujer de rostro tosco, durmiendo, grandes labios, nariz y ojos dormidos, tambaleándose en su asiento y el ruido y su pelo negro y tengo que bajarme.

En la calle me topé con los travestis, le dije a uno que quería algo, quizás una mamada y me llevó a un lugar de mierda, una entrada de autos muy expuesta. Me toqueteaba pidiéndome que le cancelara antes. Pasó un taxi y corrió a decirle algo, espérame, dijo, pero yo hice lo que sabía iba a hacer desde un principio. Escapé. Estaba al lado de mi casa. Salté la reja y entré por la puerta trasera.

Volverse solo, en micro y borracho, desde un carrete puede ser decepcionante. Tanto que quizás habría pagado por esa mamada si ella no hubiera corrido tras ese taxi. Una vez en la cama todo se desvanece mientras escribo. El ideal que trataremos de realizar, hasta donde alcancen nuestras fuerzas, será la condena diaria del acontecer frustrado. No darse cuenta está bien, emborracharse, perfecto. Pero volver solo sin haberme despedido de nadie importante, ningún buenas noches o nos vemos o cuídate, está mal, joder, quizás, está mal. El sueño se abrirá por razones de interés físico. Se encontró que la apertura de su estómago se había cerrado y endurecido hasta la parte más inferior resultando en que nada podía pasar por ahí a los órganos siguientes, lo que hizo inevitable la muerte.


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Dejemos que todo...

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Dejemos que todo sea
una benigna metáfora del cuerpo
de nuestro cuerpo y los o el de los otros,
dejémonos ser ciudad y pueblo y familia
dejémonos tener un gobierno en la cabeza
que descuide ciertos barrios enfermos
que dictamine y fusile al quebranto
como si hubiera que matar a los que sufren
a lo que sufre.

Si los órganos fueran provincias
no viviría yo en capital alguna
no permitiría que una emoción sea reelecta
ni que aterrice en helicóptero
sobre las válvulas obstruidas,
las acideces y los músculos aislados,
tampoco en los tejidos dependientes
que solo se mueven en cadena.
Si hoy gobierna algo mi cuerpo
sería la pesadumbre y el dolor
porque sigo su curso a través
de mis órganos y sentidos
porque veo como avanza y crece
insertando familias de su tierra madre
en zonas despobladas o muy poco.

Me ha dicho y hecho decir
a mis órganos y estados varios
que se mantengan preguntando
en vez de cambiando las respuestas.
No a todos conozco personalmente
pues la mayoría yacen negros,
envueltos en el telón de piel
en el velo de la vergüenza.
Les envío los mensajes por medio
de los nervios, eficientes carteros
que nunca me han decepcionado,
los nervios, ni devuelto cartas al remitente
al que no sabría contactar personalmente,
en todo caso.

Yo gobierno poco de mi cuerpo
en él soy un tonto turista
tímido pero bien asistido
por guías, artefactos y dineros.
Me presta buenas rutas y posadas,
pocas veces negocia mis solicitudes,
casi siempre a través de remedios
o al dormir o arrepentirse
de no haber aprovechado la estadía.

Sé que el cuerpo me quitará los recuerdos
que se los llevará a la tierra, como alimento.
Así que lo único que siento
que debo hacer con este cuerpo
es lo que hacen algunos familiares o enfermeras
por sus abuelos o pacientes
con la comida:

Mascarla un momento
para que el viejo pueda tragarla
ya con varia de la tarea hecha.
Solo tengo que ayudar a mi cuerpo a morir,
entregárselo bien mascado a la muerte,
facilitarle su digestión descomponiéndome.
Aunque eso no esté del todo
bajo la sombra de mi voluntad desnutrida,
haré lo mejor por esperar y no pretender
que tengo que plantar en vez de consumir.


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22 abr 2010

042

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Mi hermana me despierta a las nueve de la noche, toca la puerta y abre en seguida sin esperar respuesta. Digo estoy durmiendo, dice es urgente. Digo estoy durmiendo, dice que es urgente. Me levanto, visto y voy a su pieza, donde me espera con mi hermano, me informan, quedó la cagada, la mamá se pitió, Marcelo se fue de la casa, la mamá está dopada con seroquel en su pieza con la Paloma, le está diciendo weas, onda tu papá se fue para siempre, nos dejó y mierdas. Esta weá me cae en pesar y sorpresa como hace mucho no me caía algo encima.


Yo había dormido todo el día porque la noche anterior había pasado de largo, con un amigo, visto películas, escuchado música, tomado hasta borrachos pero no borrados. Por más fuimos a una montaña a las seis de la mañana para ver como se iluminaba la ciudad. Con lo último de pito, con nada ya para tomar. Amaneció mientras conversábamos, de nuestras minas, de arte, de personas, de las personas, de la gente, de la droga, de cuanta mierda y me puse a levantar rocas para encontrar vida. En la primera, una culebra, acababa de comer, supe por su bulto en la mitad del cuerpo, por su limitada energía debido a los esfuerzos de la digestión. La tomamos y miramos un rato, era hermosa. En la segunda roca, una lagartija gorda y colorida, que corrió a esconderse, había perdido su cola hace poco y le estaba empezando a crecer, no la cogimos. En la tercera, una colonia de chanchitos de tierra. Luego fuimos a tomar desayuno, un litro y medio de jugo de frutas. Me llamó mi madre, no contesté, lo llamaron de su casa, no contestó, otra vez, contestó, era su mina, lo había ido a visitar, eran las once y media. Fumamos el último cigarrillo y a la casa. Al llegar a la mía llamo a mi mina, le digo si nos podemos ver un momento, me dice que tiene hora al psiquiatra a las una y que sale a las dos, tomo dos vasos grandes de café, la voy a buscar a las dos a la salida del edificio. Un minuto antes de que llegue, me llama al celular casi gritando, llámame, llámame, cosa que detesto. No habíamos hablado el día anterior y peleado los cuatro antes de ese. Se sube al auto y le digo puta de mierda, quién crees que soy, veo en su actitud y mirada que pretende terminar con todo de una vez, le digo puta de mierda, me dice ándame a dejar a mi casa, le digo puta de mierda, no soy un taxi, te vas a mi casa a conversar la wea. En mi casa la misma mierda de siempre, no puedo seguir contigo, me tratas muy mal, y tu weona barsa toda la mierda que me hiciste y esperas que te atienda como tu serviente. Ándate a la chucha puta culiá, estas incapacitada para amar, cuando te pido algo, me exiges de vuelta, no soportas que quiera hacer cosas diferentes a juntarme contigo, esta mierda de relación es un asco, lo paso pésimo, lo pasamos pésimo, se acabó, una relación intermitente de siete años, pero se acabó. Puta de mierda, te voy a llamar un taxi y pagarlo, no quiero tener nuestro último momento imbécil metidos en un auto mirando hacia el frente sin más nada que decir que la mierda en que nos transformamos. Le tiro la plata en la cara, se rie y me dice, solo te falta decirme puta, la miro, puta. Llega el taxi en dos minutos, la voy a dejar a la puerta. Con la puerta abierta y ella afuera, se torna y me dice oye, acercándoseme un poco, le digo andate a la mierda y la empujo, mientras cierro la puerta fuerte, no me llames más. En mi cama fumo marihuana. Me duermo.

Sr. Turista, mi pueblo era limpio hasta que llegaste tú.

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En el día, la plateada luz que cae a través de las nubes afila la superficie del agua, mantas de viento tocan y se desprenden del lago. En la noche, la luz se esparce como líquido blanco desde las linternas. Ventanas flamean, las grietas y terminaciones de la madera trasladan conversaciones, ruidos, pisadas, voces inquisitivas. La pesada oscuridad comprime los espacios, habitamos hasta donde alcanza la luz.


El oscuro océano morado, agujereado por delfines, es sondado por mi transbordador. La espuma crespa que salpican sus costados, la miro más que al horizonte y que al lejano embarcadero.

Un pequeño quiosco cerca de la playa vende bebidas y dulces. Lo atiende una de las mujeres más bellas del pueblo, de negro, austera, de pelo negro, junto a una niña que revolotea casi invisible tras el mostrador, se distingue por su cabeza, que alcanza a asomarse entre los pasteles y envoltorios. La mujer baja su mirada vigilándola mientras le compro unos cubanitos. De una caseta aledaña al quisco, que al principio creí era un baño, sale un hombre a observarme mientras compro, pensé por un momento que la vigilaba a ella. Al volver me di cuenta que en la caseta habían tres tragamonedas, no distinguí los juegos.

Cuarenta y cinco años tiene la que con una carretilla se instala a vender mazorcas en la calle principal de la isla. Se viste llamativa, con gesto digno y maquillado, delineados azules en los párpados inferiores y sombra en las pestañas mas ligero lápiz labial rosado diciendo:
Choclos, a mil la docena.

Se tropieza al bajar la acera un bastón que sostiene a un viejo y este se apoya en un poste de hormigón junto a una exclamación ambigua de vocales.

Despierta al perro que duerme en la acera un vendedor de milcao y empanadas vestido ajustado y con patillas. Sonríe y exclama y la gente se ríe de el con cierta ternura y a veces vergüenza.

Tiro una babosa que ha escalado mi pierna a una fogata pero un conocido la salva enseguida reprochándome. Me disculpo y descarto al decir no me abordes, al animal no le importa.

Con su novia echada en su regazo hace callar a un niño que acaba de gritar de repente, gente lo acompaña en su intolerancia, diciendo eses largas y fuertes. El padre del niño se despierta y acurruca a su hijo.

Un rumor de expectores me alcanza y despierta. Viene del baño y espero a que salga su autor, en dos minutos la puerta se abre descubriendo a un viejo de unos ochenta años, de ojos grises, seguramente antes azules, y colgante piel desde el mentón, tres mentones blandos mediando el cuello con el rostro, su ancha ropa no deja entrever su contextura. Dormiré pronto.

Voy mientras llueve fuerte por un camino rodeado de bosques, a él llega un sendero desde la playa por donde el viento se cuela violentamente, cambiando las gotas de dirección y dejando entrever las olas.

Después de cocinar, me deshago del agua hirviente vertiéndola en el pasto. Un bicho surge arrastrándose desde la tierra al aire agonizando. Se retuerce hasta desparramarse flácido en el musgo humeante.

Aterriza en mi brazo un coleóptero. Lista de reacciones aparecen en mi voluntad.

Al rebotar su cabeza en su mano, llaman su nombre en la fogata. Las estrellas se asoman de vez en cuando, turnándose con la lluvia.

En la playa sol intermitente y viento fuerte, flujo violento de olas, bandadas lejos vuelan o nadan. El mar ha derramado basura con el tiempo. Bollas se han desatado de sus cadenas y yacen deformes roída superficie. Imagino esas cadenas mar adentro atadas todavía a sus muertos inútiles abandonados, llenos de algas y crustáceos. Muerto se llama el bloque de cemento que ancla la cadena que sujeta a la bolla, o a una balsa, o un bote. Muerto peso que alza la señal de territorio y testimonio, reserva y dominio, mapa y ruta. Me sirvo ahí una piscola y hundo los pies en la arena, una vista para retener, mejor sería alguien acá conmigo, un carnívoro labio abierto que me diga, que me diga: no.

Una pareja discute sobre la luz: se está haciendo tarde, no reconoceremos el camino a casa, no importa tenemos linterna y la noche dejará entrever, la linterna es pésima. El atardecer termina, un ocaso en vano.

Mientras toman cerveza el día languidece y los rostros se desfiguran, a unos la mandíbula les cae y a otros se les contrae. La oscuridad próxima ocultara los gestos que ocupan los rasgos para poblar el rostro, territorio versátil pero resistente. A lo lejos grita una vaca que seguro la están matando.

El gato que en vida maltraté está muerto. Después de cuatro días de agonía sus estertores cesaron. Murió a los pies de la cama de mi madre, sobre y tapado por un montón de frazadas. Su lengua asomándose unos milímetros abría su boca dejando ver algunos dientes superiores. Fue enterrado en la esquina del patio, donde hemos enterrado a todas las mascotas muertas. Mi hermana pequeña fue la que más lloró. La tierra lo está devorando ahora. ¿Habré contribuido a su muerte?

Zancudos se acercan a mi rostro. Los dejo picarme, llevarse un poco de mi sangre. Disfruto el pequeño dolor con dos de ellos, luego los ahuyento y me rocío con repelente. Llévenle mi pedazo, díganle que la muerte nos separa, que le deseo le cosa sus labios la vergüenza.

Joven estudiante brutalmente asesinada. Fue encontrada en avanzado estado de descomposición el día de ayer en una cabaña en Lelbun, Chiloé. Los médicos forenses detectaron restos de semen en una profunda herida justo en su ombligo. "Los jóvenes necesitan nuevos orificios", bromeó Hernán Arce, el encargado de la investigación.

21 abr 2010

Sueño y almuerzo.

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Despierto dándome cuenta de que falté al trabajo, nadie me llama porque nadie trabaja conmigo. Traté de recordar el sueño que tuve. Chocaba mi camioneta contra un portón de barrotes de metal que abría hacia un subterráneo, el portón se rompía como vidrio, y sin estruendo. Frenaba después de destruir dos escritorios y matar a dos personas, jefes de camisa y suspensores. Había mucha más gente en el lugar, deambulaban por ahí, entre muebles sin nada repartidos, algunos botados sobre el pavimento frío. Nadie se alborotó con mi llegada, un oficinista me preguntó mi nombre y número, se los dije, los anotó en un folio que fue a guardar a una repisa de archivadores. Mi número lo sabía de memoria, como si en mi cabeza se evaporara la ignorancia lentamente me di cuenta de que era paciente de aquel lugar, una especie de manicomio inútil, una guardería para ociosos. Pusieron música, luego la apagaron, yo miraba el piso de cemento, marcas que solían guiar autos borradas por el uso, lineas amarillas demacradas, cuadriculaciones de estacionamientos, ceda el paso, todo un código antiguo e inútil. Nada tenía sentido en ese lugar. La gente miraba las paredes blancas empolvadas, caminaba lento y algunos conversaban entre ellos sin escucharse. Estaba ahí la hermana de alguien, algún amigo, alguna antigua novia, un rostro sin gesto, un rostro agujereado por las carencias de mi memoria pero hermoso. Su cuerpo estaba intacto y vestía sostén y medias negras. Me acerqué, estaba apoyada en un escritorio cuyos cajones estaban abiertos, desparramados. Cerré los cajones abiertos y recogí los caídos, poniéndolos en su lugar y cerrándolos también, alineé el mueble con una de las lineas demacradas del suelo, ella permanecía indiferente, cuando terminé de hacer todo eso, se apoyó de nuevo, con las palmas de las manos en el borde de la superficie, la columna curvada y mirando el piso. Me acerqué por atrás y le abracé las tetas, la acosté encima del escritorio. Era un cuerpo sin fuerza, un alma sin voluntad. Le dije que iba a culiármela y no respondió nada. Empecé. Al rato empecé a escuchar mis propios gemidos, eran de mujer, eran de ella, pero su rostro estaba inmóvil. Me pregunté que si yo estaba encarnando sus gemidos, dónde estarían los míos. Me alejé de ahí.


En mi casa me llaman a almorzar, prendí la tele un segundo entre este párrafo y el anterior. Un segundo de "Dos Hombres y Medio" y mi angustia se disipó, abrí la cortina, el ruido de las cosas. Bajé a comer en calzoncillos y polera, la polera, gris, tiene una mancha de vino de ayer en el sector que cubre el esternón. Mi madre me dice: "Se te manchó la polera, pucha", mientras se lleva a la boca el tenedor. Tiene cara de sueño igual que yo. La angustia vuelve, la quedo mirando como si mirara un rostro en una foto, o en la tele, es un rostro sufrido, ha tratado de extinguirse, está a dieta, siento latir su pasado alcoholismo, su pasada violencia con nosotros. Recuerdo cuando hojeé sus cuadernos que quedaron desparramados cuando la internaron. Nos fuimos a vivir donde mi abuela. Una tarde fui a mi casa, deshabitada, salté la reja y trepé hasta el segundo piso, entré por la ventana cuya cerradura no funcionaba. En su pieza, abrí un cuaderno en una página al azar, decía que estaba feliz de no haberlo visto en una semana porque su semen iba a ser mucho cuando se vieran, y se lo tragaría todo para guardarlo, luego cambiaba de ánimo y lo maldecía por quizás durante esa semana haberse follado a alguna puta y haber malgastado su semen en ella, nadie se merece tu semen más que yo, aguárdalo para mí y te juro que me lo tragaré todo. Cambié de página, describía el proceso de hacer una torta con uñas de nosotros sus hijos, uñas que había guardado, y luego comérsela ella sola y cerré el cuaderno. Aparté mi mente de lo leído. Estamos comiendo pollo arvejado y papas cocidas, llega mi hermana pequeña, me saluda y dice que terminó el dibujo que empezamos el otro día. Le digo que bueno, lo veremos después de comer. Mientras avanza el almuerzo, converso con mi madre de banalidades, pelamos a mi hermana grande por tener la pieza desordenada, por no bajar las bandejas y dejar la mayonesa pudriéndose, por lo que después hay que botarla, gastar plata. Intertanto aparece mi hermano, se sienta, come rapidísimo y abandona la mesa sin decir nada, nunca. Mi hermana chica se levanta de la mesa, se pierde en los pasillos, mi madre y yo nos levantamos, vuelvo a mi pieza. No vimos el dibujo.

Puta

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Al mirar por la ventana del hotel hacia abajo, desde un quinceavo piso, divisé al centro de la plaza circular que está a los pies del edificio a una vieja cholita que ofrecía piedras y conchas encima de un manto azul. Quise ir a comprarle, pero decidí volver a la cama un rato, con mi abuelo en la de al lado, que tanto me consuela su presencia.

Me asomé por la ventana de nuevo, ya cuando la luz del día languidecía, y la vieja ya estaba empacando su puesto. Salí rápido sin darle explicaciones a mi abuelo, bajé las escaleras en vez del ascensor y atravesé portería con una sonrisa de ensayo.

A la salida del hotel, en unas escaleras que desembocan en las puertas de vidrio tremendas, estaban varias putas sentadas en los escalones o de pié apoyadas en las barandas. Vestidas parecido, minifalda o vestido negro, y de diferentes nacionalidades.

Pasé de largo el primer grupo, que más que nada lo formaban orientales mirando hacia la circular plaza desde la callecita para llegada de autos del hotel. De ahí, en la escalera lateral vi a una vestida de negro también, sentada sola en el cuarto escalón, con su mano sosteniendo su rostro. Llevaba lentes oscuros que se sacó cuando se dio cuenta de que la estaba mirando. Su mirada me invitó a sentarme a su lado, con mi vergüenza de siempre, que ya he explicado. Mientras sonreíame pregunté respetuoso y risueño pero estúpido, ¿estás trabajando? Me dijo que sí y bajé la mirada hacia sus piernas, que, hermosas, me dieron pena y deseo. Pregunté sin mirarla, ¿y cuánto vale la hora? Me respondió con su voz pequeña y tímida, saliendo de su rostro entre asustado y resignado, con evocadores ojos azules grises pero no exagerados ni indebidamente maquillados, hundidos, mirando desde lejos pero con ternura, me respondió, cinco euros. Supe, por lo irrisorio del precio, que quería estar conmigo. Sonreíle y dije que era muy bella, pero andaba yo haciendo otra cosa, así que debía irme. Me levanté despidiéndome y caminé hacia la plaza alejándome nervioso y conmocionado.

La vieja de las piedras y las conchas ya había guardado todo y alcancé a mirarle los ojos antes de que se diera media vuelta y dirigiera al paradero. No me decepcionó esto pues me dio una razón para volver a hablar con la puta. Compré cigarros en un puesto ambulante, volví al sector de ellas y mío también, por estar alojado en el hotel del que esperan salgan o lleguen sus clientes. No estaba ella donde antes, sino en el grupo de arriba, mirando el tránsito y la plaza. En la conversa anterior no le había mirado las tetas, ahora desde lejos parecían todo, eran perfectas pero yo sabía que estaban asistidas en su envergadura por sostenes apretados.

Subí la escalera y la abordé por detrás, tocando su hombro con un dedo y bajando la mirada para cuando se diera la vuelta. Todas se la dieron y me miraron pesadas menos ella, que me llevó hacia un lado y preguntó, ¿por qué no me contrataste antes? Respondí: ir a comprar algo, ¿qué?, cigarros. Me estaba ya fumando uno. La invito a pasar al hotel, le dije que fuera discreta. Íbamos de la mano atravesando un pasillo alfombrado en rojo cuando la abrasé del vientre desde la espalda y torcí su cuello hacia el lado y arriba para besarla. Sus labios humedecieron los míos y estuve más triste.

Sabía donde llevarla, porque claro que en mi pieza estaba mi recto abuelo, a una habitación en el sector de personal del último piso que ya en la noche no se concurría casi nada, una habitación con colchones de repuesto para las habitaciones. No alcanzamos a llegar cuando desperté.

Gatos callejeros

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En el mercado de amuletos
había un gato con nariz de cerdo.
Herida desde el frente
y aplanada hacia sus ojos
parecía
como si se hubiera o le hubiesen
quemado el hocico con una plancha
hirviendo, tal como le queman el pico
a los pollitos en algún criadero de carne
o matadero de animales.
Lo vi al pasar y al devolverme,
junto a tantos otros que todavía
no acaricio por no atreverme.

Al pollo no le cortan la cabeza,
algunos gatos se sientan de poto
con los brazos a los lados
se lamen el pecho y la barriga
les sobresale.

Muchos gatos tienen parte del rostro
destruido pero no su cuerpo porque
este es flaco de manera esbelta
y siendo gatos de la calle
quizás adoptados por los finales del mercado
que deja sus restos húmedos cada vez
que en la tarde se prepara el cielo
para deshacerse en brusca agua.

Miran mucho el suelo, están cansados
y adheridos al pavimento, no hacen
nada por encontrar comida, flotan y duermen
en ella, tocen pero no están enfermos
sino ociosos y a veces perseguidos por tontos perros
o persiguiendo lagartijas, ratas y ardillas,
no botan pelo porque tienen poco ni se asustan mucho
no tienen donde esconderse sin morirse
de calor, por lo que se sirven de las instalaciones humanas,
que lubrican más aún el aire húmedo con aceite
todo el día hirviendo y sirviendo.

Sueño y puta.

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Soñé con una rubia de rostro incógnito o desfigurado de la cual estaba enamorado. Éramos amigos y hasta la había visto desnuda, una vez le toqué el vientre y el borde inferior de las tetas. Al día siguiente la sorprendí con otro hombre, rapado, moreno y de gesto benigno. Le pregunté qué sucedía y se disculpó. Al día siguiente estaba conmigo en mi casa almorzando y sentimos estruendos afuera, salimos de la casa y nubes verdes nacían atronando de la fábrica cercana a nuestro pueblo, la cual este rodea y depende de. Va a explotar y explotó y tras segundos de observación sublime nos refugiamos en el subterráneo contra tornados de mi casa volviendo a salir diez minutos más tarde y verificando que podíase subir ya sin problemas ni amenazas climáticas. Declaré a mi amor a aquel rostro sin rostro, y disculpeme por no haber certificado antes mis intenciones amorosas. Recibí aprobación y consumose el encuentro en follaciones rápidas pero eterno y tanto más que luego a un paseo por la ladera de la cordillera nos fuimos, topándonos de improviso con una inundación de las tierras bajas, que no alcanzaban la cota que recorríamos, permitiéndonos ver un espectáculo catastrófico pero benigno considerando que no habían poblados en el paisaje más que al nivel o más arriba de nosotros. La ola pasó por el valle y arrasó sutilmente con las plantas y pasto y pocos animales que flotaron dando la impresión de que sanos y salvos encallarían más al sur. Una ola que pasaba tranquila por las tierras vírgenes. Un equipo de protección social se acercó pronto advirtiendo las venideras dificultades mientras el agua aparecía desde el subsuelo humedeciendo el pasto y las hojas secas que ya no crujían sino que se doblaban. Nos abrazamos yo y la espléndida sin rostro queriendo consumar el fin inevitable pero los funcionarios del orden nos advirtieron y ofrecieron una casa que recién habían asegurado, la cual ocupamos cómodamente y fosilizó nuestra antigua rutina sin rostro.


Tengo que ir a buscar la batería que dejé cargando anoche en una vulcanización cerca de villa Francia, espero caminando y me siento expatriado y turista, los forjadores del chile actual son los que le quitaron su identidad pasada, es triste y tanto ser parte de ello. Si Dios ha muerto, hagamosle una autopsia, y qué tan desagradable ha sido. La batería está lista y con ella me doy una vuelta por el puente de lo errázuriz esperando que realidad se haga el dato que me contaron de que acá se ponen putas menores de edad y que por lo demás cobran de cino a ocho mil la chupá o la cacha o quien cacha qué. Pasando a las nueve al comienzo no encontré nada pero hice horas tomando pilsen por ahí cerca hasta las doce. Partí de nuevo y recogí a una desfigurada joven que dudas sucitaba sobre su edad pero no sobre lo usada que estaba. Converso poco y estacionamos en calle lateral a la carretera, adentrándonos en un pastizal oscuro. Me chupa el pico y la llevo de vuelta sintiéndome avergonzado y paranoico por cuándo y dónde me condenarán por esto. La culpa se disipa andando rápido por las carreteras de vuelta a la casa de mis padres que es mi única casa hasta ahora. Recuerdo bien su rostro y su dureza, su expectativa fría de que terminara su trabajo y la angustia y querer que termine yo también rápido para satisfacerla y que no se degrade conmigo demorándome tanto.

En mi casa pregunto a la nada qué estará soñando mi familia, me saco la ropa mientras subo la escalera, doblándola en mi brazo con cuidado y sinismo. La cuelgo en la baranda de la escalera y toco mi pico, no es necesario una paja que concluya la noche, no es necesario llamar a quien sea que no tengo ofreciéndole una noche de mierda o de sexo que nunca o que ninguna posibilidad con eso. Lo suficiente es que en ese puente lejano y barato aterrizó mi germen y mis enfermedades, burladas por condón y tanto que nos mantiene fieles a la salud de nuestras esposas. Perdón, Daniela.

Daniela durmiendo, acosos sexuales.

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De un edificio sale caminando una mujer, el edificio es una facultad universitaria. Lleva un bolso negro con cuadernos y fotocopias. Camina como caminan muchas mujeres en forma y veinteañeras, con decisión y qué se yo, con un culo y un par de tetas y un rostro y algo en su cabeza; una persona, un deseo, un baño caliente, una habitación con cama que acoja su espalda curvada. De ella conozco una historia, divulgada a mí por una amiga suya que sucede ser mi compañera de sexo. No demoró mucho en contársela, se venían conociendo hace dos semanas y compartido unas cinco borracheras.


Tenía quince años en navidad del año 97. Después de un día de compras para la ocasión caminaba de la estación a su casa, cuando fue abordada por la espalda por unos pasos cualquiera que pronto se le convirtieron en un cuchillo en el cuello, y en una voz de hombre y en una orden de caminar abrazados hasta un terreno baldío. Ahí fue forzada a chuparle el pico, que junto con el cuerpo olía a suave jabón y piel limpia. Llorando desertó de la tarea y se desplomó, el violador subió sus pantalones y refunfuñó amenazadoramente, cosa que a ella le hico decidir que era mejor hacerlo eyacular que enojar, ya que la muerte esperaba en su mano, brillando a luz de algún farol lejano, reflejando en su hoja tierra muerta. Le bajó nuevamente los pantalones y sorbió hasta tragarlo. Luego, a costa de la presión del cuchillo, se alejaron abrazados de la escena del crimen sin hablar hasta decidirse separar en una intersección de calles. El hombre le pidió perdón y dio una última orden: que no mirara hacia atrás cuando se alejaran, no lo hizo, pero si lo hace al contarlo y recordarlo. Paró a un auto rogando ser transferida a su casa, lloró todo el camino y guardó el suceso para si sola por años.

Mi compañera de sexo la escuchó piadosa, conmovida, con admiración y empatía. Le contó su propio repertorio. Una vez fue cuando a los doce años fue abordada por dos supuestos camarógrafos reclutas de mujeres para modelaje publicitario que la invitaron a un rodaje subiéndola a un auto y manejando hasta una calle poco transitada, donde la incitaron a quitarse ropa mientras grababan, su resistencia hizo desistir a los agresores, que resignados la fueron a dejar donde mismo la encontraron. Quizás el material que alcanzaron a registrar les hizo el día de todas formas. Otra: ella de quince junto a su hermana de trece, fueron amenazadas verbalmente por un grupo de flaites jóvenes en un bosque en Talca. Las obligaron a transitar con ellos y asumir posiciones incitantes, no se propasaron físicamente, les ordenaron irse calladitas a donde tuvieran que llegar. La tercera fue un acoso verbal por teléfono, ella llegó a sospechar que puede haber sido dirigido por un paciente trastornado de su madre, que siendo psicóloga a veces proporciona el número de su domicilio a sus pacientes. Habiendo contestado ella el teléfono, fue interrogada eróticamente con preguntas como: ¿Tienes pelitos en la rayita? Tenía siete años. La última fue un caso de exhibicionismo. Estaba sentada en el patio delantero de su casa dibujando, cuando a la reja se encaramó un viejo con ropa deportiva, sacó el pico y lo sacudió, preguntando desde lejos: ¿Te gusta, te gusta? Ella entró a la casa. Ahora la tengo durmiendo a mi lado, en mi cama, boca arriba y boca abierta.

19 abr 2010

009

Desperté con la alarma a las diez, la apagué y seguí durmiendo hasta las una. Recordé vagamente un sueño en el que me follaba a cuatro mujeres en el capó de mi auto. Lo había sacado a medias del garaje, un resto quedaba todavía dentro de mi casa. Estaba nublado y gris. Todas mis parejas parecían conocerme, me pedían que hiciera lo que yo sabía que les gustaba. No pude venirme con ninguna. Quedé exhausto, de rodillas sobre el suelo apoyado sobre el capó. Mi hermana venía por el jardín junto a mi tía. Iban a tomarme unas fotos. Posé mostrando mi mano con cuatro dedos levantados en referencia a mis cuatro conquistas que entonces se reían. Al alzar mi mano noté que estaba temblando intensamente, me dio miedo y vergüenza, la escondí enseguida. Se alcanzó a tomar la foto.

Almorcé hamburguesas con arroz y huevo, leí un rato y llamé a Violeta. Ayer habíamos quedado de juntarnos hoy después de almuerzo, antes de que ella se fuera de vacaciones. Cancelé una cita con el dentista a las cinco. Comiendo pizza hace unos días, se me salió una tapadura provisoria. Era importante que fuera, preferí follar. Llegó alrededor de las cuatro. Estaba descuidadamente vestida, se veía bien, sus tetas son increíbles. Llevaba una mochila, un bolso pequeño y una carpa de camping. Le ofrecí un vaso de agua, conversamos. Me dio besos en el cuello mientras le mostraba un teclado que me había traído de la casa de mi padre. La llevé a mi habitación y comencé a besarla. Estaba en su periodo así que no estaba seguro si hacérselo. La seguí besando y punteando un buen rato. Decidí follarla de todas formas. Le quité la ropa y se lo metí. A veces se quejaba que le dolía, que no lo metiera tan adentro. Nunca la había penetrado antes. Mientras se lo hacía en cuatro noté toda la sangre que emanaba, mi pico estaba rojo, su cintura se veía magnífica desde esa perspectiva. Se había manchado la parte inferior de mi polera, eso me excitó. Me dijo que estaba nerviosa y que no quería que me fuera, acogí la idea, no tenía tantas ganas. Nos besamos un rato más, le pedí que se parara sobre la cama para mirarla mientras yo estaba acostado. Habían manchas de sangre simétricas en sus muslos, se veía hermosa. Nos vestimos y la fui a dejar a la estación de metro. La besé enérgicamente varias veces durante el viaje, en las luces rojas.

18 abr 2010

041

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Venía de un bar en el que habían pocas minas. Me fui de ahí de un arrebato después de pedir y tomar un último trago. Mientras descargo en el baño escucho crepitar restos de espuma en el lavamanos, alguien usó mucho jabón. La garganta me pide algo, líquido, transparencia, pero con tiempo los generará sola, a menos que fume cigarros. En la calle me despedí de nadie, del bullicio que me atravesaba la cabeza, del frenesí mediocre y la música mala. Ya estaba solo con la calle, tambaleante y mirando los carteles de tránsito, que con su cáncer me enviaban mensajes de éter, de pausa y calma; "Ningún lugar", "Ninguna hora", "Solo", "Sentido único", "Retorno", "Silencio", Sin Salida", "No", "Zona de exclusión". Llegué a mi auto y tomé la costanera para llegar por Los Leones a Javiera, una puta transexual de rostro bello. No la recogía hace unos cuatro meses, me recordó de inmediato, y se subió con su ropa de puta, piernas altísimas y tetas que hasta una mujer querría, cobrando diez la francesa. Hace los cuatro meses le pagué diez y terminó dándome el servicio que hace por veinte, nos llevamos muy bien, le decía rica y ella estaba orgullosa de su carita de mujer y de su éxito en las calles, con las ganancias ahorraba para operaciones, vivía e iba a fiestas. A veces trabajaba de once a dos y luego partía en taxi a las fiestas, no le gustaba tomar mucho. Abro las cortinas de mi pieza y me doy cuenta a las dos que es un día nublado, uno de los pocos que ha habido en lo que lleva del año. La luz entra apagando las ampolletas, abro la ventana y enciendo un cigarro. El ahorro para sus operaciones se había transformado en tetas nuevas, estaba feliz con ellas, me las mostró entusiasta, las toqué, nunca antes había tocado tetas falsas, ya que hace cuatro meses eran de puras hormonas, me dijo. Decía también riéndose que sus amigas estaban celosas, y mientras nos alejábamos en mi auto, sacó una teta por la ventana y agitó su brazo saludándolas. Me guió hasta una calle de poco tránsito con muchas casas desocupadas, donde podíamos hacerlo tranquilos. Eché mi asiento hacia atrás y me puso el condón con la boca, empezó a chuparlo. Estaba bien borracho y hacía esfuerzos por mantenerlo arriba, pero ella lo chupaba bien y acompañaba con halagos sobre mi tamaño, tocaba sus tetas, duras y redondas, como un par de gigantes moluscos perfectos. Al rato me preguntó si quería culiármela y asentí. Nos bajamos del auto y caminamos con los pantalones y la falda abajo hasta una entrada de autos. Se lo puso en el culo y después de unas cinco embestidas se rompió el condón, lamentos de "qué lata" de que "qué hacemos", era su último condón, dijo, justo su último condón, luego de esto se iba pa la casa, dijo, por eso me dejó culiármela, además de porque la calentaba. Lo solucionamos yendo a pedirle uno a sus amigas, en el camino conversamos de sus tetas, de que la operación le había dolido mucho, se la había ido a hacer a Ecuador, quería ponerse cien gramos más. Cuando nos acercábamos a sus amigas las descubrió, mostrándoles burlona sus dos moluscos, una rucia nos pasó el condón pendiente y Javiera le agradeció con un beso en la boca. Volvimos al mismo lugar y lo hicimos, rápido, fuerte, la tristeza me atacó justo durante el orgasmo. Nos preguntamos si nos había gustado, me dijo que para la próxima podríamos ir a un motel, yo bromeé con que podríamos ir un fin de semana a la playa, le pedí su teléfono y no me lo dio, se despidió afectuosa. Me visualicé de pareja con una puta transexual, llevándola a mi casa a comer. Me llamó un amigo del que me había separado en el bar y le conté la historia, hablamos buen rato, y me dijo que siendo el hijo único, yo era su hermano, que me había echado de menos este último tiempo y que no me desapareciera. Agradecí su honestidad y a quien sabe por tener amigos así. Nos despedimos tristes, apostando a que el sueño iba a velar la muerta noche. La gente empezaba a llegar a los paraderos para tomar las micros a sus trabajos, el día comenzaba a quemar los rostros oscurecidos, los vagabundos cambiaban de posición en sus rincones, entre sus cartones y sábanas grises, sábanas hechas del polvo de la ciudad. Entré a mi casa trémulo de frío y vomité en el estacionamiento, caía sonando el agua de la ducha en la pieza de mi nana. Entré e hice cariño al gato, la madrugada es el mejor momento para hacer cariño a un gato, pues seguramente ha estado solo durante gran parte de la noche. Subí a mi pieza tosiendo y me devolví para salir al jardín a fumar el último cigarro. Pensé en el día, en la noche, en el arte y en mi pareja, en lo poco que me importa culiarme a una mujer que nació hombre y que todavía no ahorra lo suficiente como para pagarse la operación en que le construyen una vagina. Quién se ha dado por vencido. Quién se ha decepcionado. Quién se siente culpable. No importa, me desperté tranquilo, con la música todavía sonando, habiendo soñado con quién sabe quién sin rostro y le hablo y algo que no puedo hacer aunque quiera y trate. Ya me están llamando a almorzar, hoy hay pastel de choclo, mi comida favorita.


Cuando se subió al auto, le llamó la atención un olor que no quiso describir más que con "raro", no llegué a concluir si realmente era así, y si es que así fuera, haber sido debido a la presencia de Javiera ayer en el mismo asiento, descubriendo sus tetas y abriendo condones, ¿dónde dejó el envoltorio? Es imposible que ella si quiera intuya que ayer me follé un trolo, he construido por lo menos esas fronteras en la imagen que tiene de mí. Javiera olía a puta, y ese olor lo conoce casi ninguna mujer, menos puta de calle, menos transexual. El lugar más fácil en donde mentir es en el que aunque contaras no te creerían, la gente no sospecha lo suficiente los unos de los otros, de ahí las decepciones y desengaños. Javiera será, por lo menos por cuatro meses, solo un olor, solo un fantasma en el asiento del copiloto de mi auto. La presencia de mi compañera sexual oficial ha borrado esa experiencia hasta en mi conciencia, el encuentro y enfrentamiento con ella ha desmoralizado y desmemorializado el suceso, no existe más detrás de mi rostro, en mi cabeza no es más que un capítulo de un libro ajeno. 


Converso con ella de banalidades, pero con una complejidad en los gestos que raya en lo grotesco, su cuello palpita sin querer, se inflaman todas sus curvas y su rostro toma un gesto de negación y humor. Es divertido como la vergüenza se instala porque algún otro nos conoce demasiado. Con ella nos conocemos mutuamente los mecanismos expresivos del cuerpo, las entonaciones frustradas, las expectativas administradas como una empresa, las reacciones medidas. Todo queda expuesto. Los colores internos de nuestros cuerpos se conocen. Mi pene y su vagina han generados cámaras de registro, los colores de nuestros intestinos cambian cuando nos encontramos o confrontamos o abandonamos. Lo que llaman química entre personas, desarrollado, se transforma en un espectáculo perverso y sublime, un espejo que descaradamente engaña, trazando una silueta diseccionada y organizada, según juicios que se acostaron hace tanto en la interacción. Estamos separados por una superficie, pero la toco con libertad al llegar a mi pieza, le pego en el culo de broma y le toco las tetas, no follamos porque se duerme.

Al día siguiente nos despiertan las cortinas abiertas, demasiada luz aunque el día de nuevo está nublado. Su cuerpo en mi cama es una bienvenida viniendo de seguramente una pesadilla, no recordé. Trato de darle la bienvenida a ella también, a un nuevo día, a mi lado, a quien sabe qué de mí que ella todavía soporte. Quiero que este día sea mirar por la ventana, usar la tarde como un pañuelo justo antes de botarlo porque está muy sucio, botar la tarde como un condón usado, gastar el día como dinero en la noche, esperar el sueño como a una consulta con un doctor, una consulta para autorizar los exámenes que confirmaran tu sanidad por ahora. Quiero que nos demos por vencido juntos, que fallemos al despertarnos, que fallemos en todo hasta en morir, porque nos seguiremos hiriendo. Ella no concordará con mis expectativas, quiere ser feliz, y se intuye y hasta sabe a veces que la forma más fácil de ser feliz es gracias a la ignorancia. Ella no tiene por qué saber que a veces me follo a trolos, no tiene porque saber que quiero que nos destruyamos el uno al otro plácidamente como si muriéramos mientras dormimos, no tiene por qué saber que su rostro en mi fantasía está desfigurado por el fuego del odio, no tiene por qué saber que la amo. Basta con que se pueda quedar callada cuando quiera, y así fue en el camino de vuelta a su casa, después de haber almorzado con mi familia, nos despedimos como si hiciéramos una firma en un documento insignificante, un comprobante de tal trámite que no debe ser presentado ante nadie.

Soy un recuerdo, una muralla de agua, un atraso, un atasco del tránsito en la carretera, con gente bajándose de sus autos resignada, con histéricos tocando la bocina y quejándose, soy un producto pronto a vencerse, que alguien se come por eso mismo, para no tener que botarlo. Soy una pila de reciclaje que ningún camión recoge, soy un desertor.


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Día solo. Algarrobo




Abrí los ojos a una mañana blanca, nublada, gaviotas giraban a penas gritaban como anoche. El manto de nubes que deprimía la luz del día naciente era atravesado en contados sectores por los rayos de amanecida, cuya fuente no presencié ni imaginé antes de dormirme de nuevo. Las cosas estaban definiéndose. Desfundíanse los contornos de mi ventana, de mi cama, de la chimenea contigua que se asomaba por la rendija de mi puerta abierta. El día estaba deshaciendo el manto blando de la oscuridad que me apilaba junto a todas las cosas, me fundía durmiendo, sin pensar en los obstáculos del tacto, de la juiciosa vista y sus inventarios.

Un panorama así no invita a despertarse, por lo que volví al sueño, a esperar la alarma. Más adelante la mitad de las nubes del cielo se habían dispersado. Hacia el sur el mar gris y hacia el norte azul. Una luz nítida, esta vez, edificaba las frágiles y resplandecientes estructuras que reconocemos cada vez al despertarnos, al activarse las fortalezas que nos comprimen como individuos. Los árboles, las torres, las casas y los muelles adquirían su asignada identidad solitaria e inanimada.

Salí de mi cama con los ojos irritados, exprimidos por la alergia. Salí a asomarme por la ventana, a dividir la retina en pedazos de tierra, de materiales que confirmaran la aislada figura del que mira. La soledad nos disocia al igual que la muchedumbre, las cosas me empujan hacia dentro. El asfalto de la carretera que bordea la arena costera está tan limpio, al igual que aquella. Toda esa ausencia de pasos, de huellas, de personas, me grita, me recuerda que vine a estar solo. Nadie a quien mentirle, nadie quien sospeche el odio en mi rostro. Los muelles, desprovistos de embarcaciones en esta fría y trabajólica estación, parecen cicatrices en la superficie marina, tajos que habrían salido desde adentro para erguirse, tajos de materia por donde transitarán las enfermedades del mundo. Sus barcos están guardados en estacionamientos rentados, en recintos fundados para solucionar estos problemas. Como sabemos, no hace bien a las embarcaciones pequeñas pasar mucho tiempo estacionadas en las aguas sin ser usadas.

La marea que baja descubre las rocas verdes. El viento sigue empujando las nubes hacia el sur, el día quedará despejado. Hará calor y tendré que entrecerrar más aún los ojos ante el azul del mar que ahora encandila. Eso sí, la alergia ha disminuido, el flujo de mis narices se detuvo tapándolas y los ojos ya no pican ni lagrimean. Hay tanta luz en el gigante espejo que detiene las civilizaciones. El día está estallando violentamente, las sombras se mueven para esconderse en quien las proyecta. Trato de seguir su movimiento tan frustrante como tratar de ver moverse la manecilla de las horas. Tengo tiempo y el tiempo me tiene. El tiempo solitario y lejos de los relojes se mide con los gritos de los pájaros, sus tremulantes melodías, se mide con las marcas de las olas, las desmarcadas, se mide con una silla, una vereda, una pausa, un estruendo por un detalle. El tiempo lejos de los relojes es música.
Los pájaros no tienen sombra, veo una sombra resbalarse por la terraza, veo un pájaro planear en torno a un árbol, otros, en torno a la chimenea, en cuyo alrededor tienen su base que en una época es nido.

El comienzo del día termina cuando se proyecta su resto, cuando me pregunto con qué llenarlo, pero de todo uno puede arrepentirse, no es problema ir y volver a la máquina para transcribir los problemas que sucedieron en los descansos, lejos del lugar para contarlos. Durante todo el día, un ventanal por el cual mirar, por el cual ver las cosas yéndose a la mierda, o apretujándose a medida que oscurece, entrelazándose por la incertidumbre de sus lazos sus fronteras sus aduanas. Me refiero a los elementos del paisaje, de la vista, que recorriéndolos y ordenándolos construye su fuerte y dominios. La oscuridad deconstruye las formas y de todas formas falta mucho para que eso suceda, así que la noche para más tarde, el día para hoy día, un brindis, salud ¡hasta verte Jesucristo!




Afuera ya es tarde, he empezado a tomar cerveza, me atormentan los llamados de mi padre, que no contesto, con quien no he hablado hace seis meses. No es tarde, son las cuatro, iré a la playa a buscar cosas, algas secas, árboles pulidos y huesos. Algunos días fueron buenos, mirando, nada más mirando, se me acabará pronto la palabra, caeré a esperar que pase.




Culpa de mis ojos que pueden cerrarse, que saben pueden apagarlo todo, que saben pueden sumergirse en su cavidad.
Camino que no viene, que no llega a mis pasos, que se descompone detrás de cada madrugada.
Silencia la pena, la amargura que toda pena se cura, ya viene la mañanita.
Prosigue con tus dolientes, los durmientes que me tienen flotando atado, los mástiles que me tienen flameando atado.
Solamente la esperada, la tirada, la carga de no tener que ser nadie.


Háblanme los trinos que me quieren fuera de sus dominios, las gaviotas se atentan pronto, vigilan mi entrada a su sucio santuario. Solo quiero sus esqueletos abandonados, mas cuánto les molestará alguien que profane sus cementerios, pero los animales no son tan así, no idolatran la muerte, no le dan las gracias.
Que emerjan de sus cadáveres su antiguos cantares, en su organismo descomponiéndose están todas sus partituras. No sus decisiones, no sus arrepentimientos, nunca sus errores.
Descansaran los huesos, descansarán mañana, pasado, mañana, pasando, ninguno.

Abro una cadena, la desengancho de un extremo y la echo a un lado. Vuelvo al auto y cruzo por encima de ella, este camino lleva a un río, lleva a unos sapos, unos etéreos paseos pasados. Vine a buscarte, a buscar cualquier cosa que me recuerde el muchacho que mandé a buscar un arma para matar a este gavilán. Qué tengo adentro, un pueblo muerto, un pueblo vacío y de noche, con sus formas fundidas, con una presencia errada y errante. El novillo se retira.
Estaciono, bajo y al no encontrarme nada más que a mi mismo, subo de vuelta, cruzo la cadena acostada y de camino a casa, a muerte, a más de lo mismo dicen, más de mi mismo.

Claustro, columpio mis acciones en un claustro, en el que las cosas parecen valer menos la pena. Un claustro es solo y palpitando apenas. Lo veré de nuevo el dieciocho de septiembre. Alguien vino del pueblo, es muy temprano, lo mandé a volar a la amarilla luna.

Cae el sol por mi izquierda, mi estomago se hincha por la cerveza, la decepción, la misma mierda, tener que dormir para recuperarse, tener que morir para salvarse.




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