6 ago 2012

Hijo de la cólera

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   La culpa puede alivianarse y aliviar al culpable también. La culpa es el reconocimiento, la pertenencia y la responsabilidad. No cívica, no la compostura ni la funcionalidad, sino que el abrazo fundido de la reconciliación. Y es así como la niña que clava alfileres en su hermano cae por la cascada del darse cuenta.

    Dejarse sufrir escondiendo los ojos, no estancado, no autocondescendiente, sino dejando que la puerta de la tristeza se abra para dejar entrar los pesares y sentarse con ellos en comprensión. La relación con la visita puede hacer más livianas las punzadas e irse transformando en algo interesante, una fuente de metáforas cuya función es la alquimia lingüística.

    La relación con el huésped, que es una pena extraviada de su madre, puede sustentarse en el tiempo según la persistencia de su mensaje. Le abrimos la puerta de la tristeza varias veces a la misma pena. La madre de todas esas penas extraviadas es la gran tristeza que avanza con las sombras y flota con los alientos, la que acompaña a todos como un soplido sagrado, protegiendo a las almas. Las penas son líquido, la tristeza es vapor. Las penas se toman, la tristeza se inspira. Las penas se toman pero se expiran como aliento y vuelven a la nube de la tristeza. Si la niebla de la tristeza se condensa cae la pena en gotas y podemos tomarla, abrir la boca en vez del paraguas. 




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1 comentario:

  1. De cierto sentido la obra de José. Me encantaría escuchar que leer su poesía.

    -PettyV

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