13 ago 2010

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Mi madre busca cachorros pastores alemanes por Internet, para cuidar la casa en el verano, para la Paloma y para el buen nervio de la casa. Paseo por mi hogar despertado recién de un sueño largo como un día, el cual todavía recuerdo pero muy abrumado me tiene para contarlo. Ahí está esa iglesia que en vez de altar tiene una barra de bar, con un cura al que le admito ya no creer ni esperar tanto de su Jefe pero que a veces sí me cae como granizo su existencia. Como cuando, durante el balaceo y los asesinatos, él se pare en la reja de la entrada de su iglesia recibiendo a los transeúntes aterrorizados, como granizo que en los temblores me percino, y echo la culpa a alguien sobre los desastres naturales y los climas, que nos los merecemos, pero algo debe ser dicho.

Mi madre fue a un criadero en recoleta, en el cual los cachorros crecían en un espacio de mierda, muy pequeño, decía, y de tierra, separadas sus estancias con rejas y pedazos de madera y zinc y plástico. Mientras me hablaba, también despertada hace poco, se frotaba la boca, sacándose residuos blancos de la noche de los lados de los labios con su mano nerviosa y seca. Le espantó el criadero, un perro agresivo ladraba como si para matarte con su gesto, y otros tiernos se retorcían como si tuvieran algún retraso o impedimento. Mi madre imitaba su movimiento torpe, con la cabeza hacia un lado y ligeramente hacia atrás, y los brazos estirados hacia abajo, tensos, mirándome. El terror me entraba y la pena y la rabia de no saber todavía el origen del derrumbe que me mueve, porque avanzo derrumbándome, con cada vez más miedo de que aparezca la tierra eriaza, la tierra baldía, mi historia baldía de pena informe, deforme, mis horas baldías de sufrir sin saber por qué, porque no me he perdonado las preguntas, porque no he robado a mi vida el miedo.

Las cortinas son perforadas como por una herida de luz, que derrama hacia dentro su blanco líquido nublado. Una pequeña apertura entre donde se juntan las cortinas. No sé de dónde tengo esta inagotable fuente de pena, de pena hambrienta, de disgusto y angustia. Mi madre es una mujer hermosa, la hubiera conocido antes de nacer y habría tratado de quitársela a mi padre. Se arruinaron la vida por mucho tiempo. Se la habría quitado advirtiéndole que se casaba para separarse, para tener cuatro hijos casi tan entristecidos como ella. La primera no, la verdad, pero yo y mis hermanos vamos hacia allá, hacia alguna adicción que nos haga tiritar la mano en la mañana. No sé donde está esa fuente, esa pregunta rota, este tajo de luz deprimente como el de entre las cortinas, esta herida cosida como un muelle que separa y une a la vez las aguas con los pasos.

Mi madre nos pegó bastante antes de separarse de mi padre que a ella también la maltrataba, decía en el juicio. Mi madre maltrató bastante sobre todo a mi hermano que tiene su pieza rota ahora con sus propios golpes a sí mismo y a sus posesiones no tan preciadas. Cambiaron el marco de la lámpara que cuelga del techo, cuyos vidrios no estaban porque todos habían sido rotos en su momento. Hay una pena tan grande en este mundo y su violencia puede verse arrastrándose con el movimiento de las sombras durante el día. Nos hemos hecho esto, cada día nos hacemos lo mismo.

En mi sueño me enamoraba de un travesti flaco y angélico, delicado, risueño, sufriente y bien intencionado a pesar del barrio de mierda donde vivía. Se me aparecía, hostil primero por protocolo, pero ayudándome al final a ubicarme pues estaba perdido. Con ya más confianza le pregunté; es tu sexo una equivocación, y me dijo no, un desafío, no quizás tanto un desafío sino una decisión. Sentirá más suyo su cuerpo por haberlo creado a través de operaciones, por haberlo des y sexualizado a través de operaciones.

Vi carteles de publicidad disponibles más blancos que la nieve de las montañas. Era amaneciendo y el sol llegaba antes y más fuerte a ellos que a cualquier otra cosa, excepto quizás algunos altos techos blancos que no estaban en el barrio desde el que observé. Mientras recorría la carretera pasé por dos animales muertos, atropellados, un gato y un gato, no es fácil atropellar a un gato, o seguramente sí, no es muy fácil atropellar a una paloma, vuelan rápido pero si se va treinta kilómetros por hora más rápido de lo permitido se puede hacer. Las plumas saltan al parabrisas. Una vez pasé por encima de un bulto atropellado de perro en la carretera y sentí sus huesos crujir ante el neumático, el sonido me estremeció, eso no me pasa con las palomas, sí con los gatos un poco. Yo creo que puede ser que sí.


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