6 may 2010

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Mirando por una rendija que da a un sector de la casa que nunca fue ocupado, telas de araña. Me gusta encontrarme con arañas en Algarrobo porque luego me encuentro con jaibas y las recuerdo. De hecho, me traje recién una jaiba seca tamaño tarjeta de crédito pero encontré una más grande en la isla de rocas. La agarré por los costados, se retorcía ante mis pinzas, las suyas sin posible movimiento que le permitiera alcanzar mis dedos. Mirarla un rato. Dejarla en una roca grande para verla moverse, se tiran hacia abajo y buscan urgente una cueva. El mar hace difícil recordar de dónde vienes creo porque andar en un bote a remos encaramarme para mirar el fondo a veces se distingue un color más oscuro, pensar que es una ballena. O una amenaza.


Habían varios animales con nombres que todavía no conozco a pesar de haberlos frecuentado desde pequeño, digámosles potos de mar, un nombre entretenido porque son una especie de cono achatado que termina en un orificio pliegoso de más o menos un centímetro y medio de diámetro. Todo húmedo y viscoso, expulsando suave saliva se arrastra por la parte inferior de las rocas y entre sus grutas. Yo no puedo evitar tantearlo con mi dedo e introducirlo en su boca, recordar una bella zorra y reírme. Lo malo fue cuando decidí lamerlo, solo una lamida y siento mi lengua atrapada por lo áspero y pegajoso miles de tentáculos pequeñísimos succionando. Retirar mi lengua fue difícil más que por dolor por lo extraño e inesperado de la sensación. Hay algunos cafés, negros y verdes. Rara vez se encuentran azules y son sorprendentes por el contraste de su color con el promedio del entorno. Tuve que hacerlo. Quedé con una sensación de mierda en la lengua.

Estrellas de mar, potos de mar, soles de mar, lobos de mar, cucha de mar la wea, la referencia a nuestra querida tierra, nuestro no-mar me es insoportable. Siempre he querido quedarme a dormir en esa isla de rocas pero en la noche la marea sube y la cubre de agua. En todo caso, hay rocas, las mas grandes, que se mantienen asomadas, pasar ahí la noche en vela.

Avanzar este parece un poco terrible. Las olas están bien, digo, las rocas las reciben felices y los cochayuyos las burlan. No hay nada que hacer, nada que escribir, nadie a quien follar, aunque esa hostigosa nada ha sido violada por la dialéctica y desembocado en un inevitable todo. La referencia obliga a la diferenciación, el atrevimiento más mierdoso del hombre. Yo me siento inundado de autorreferencia. Así, quisiera evaporar la osadía asquerosa de nombrar los acontecimientos, la timidez cargando desconfianza y pesadumbre, el pasado actualizado y el acto muerto.


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