8 jul 2010

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Esa wea que cuando tení una herida en el dedo por haberte carcomido demasiado los cueritos; la apretai con la uña y el dolor se transforma. Parece un gesto histérico, en verdad lo es, pero ahora me refiero solo al cambio de dolor. No importa, ando con una tos de mierda. Me siento rodeado de mi propio semen. Mi alfombra está inundada en semen. Me imagino llegaran a investigar mi pieza con esas luces azules que detectan fluidos corporales, sería toda fluorescente ¿cómo serían las manchas, su disposición?

El viernes hubo un carrete en mi casa. Todo comenzó porque algunos amigos y amigas habían hecho una mano de ketamina, yo ofrecí mi casa para que se picaran tranquilos. Mi familia estaba en Algarrobo, de vacaciones. Partimos desde la universidad como a las seis y media, llegamos a mi casa a las siete. De ahí fueron llegando los otros. Creo que sacaron a diez lucas las seis dosis, ta bien.

La wea es que yo no quise inyectarme porque había tomado LSD. Anto hizo de enfermera, se veía hermosa siendo así tan maternal, inyectándoles la wea a los otros. Paz fue la primera. Le amarró el brazo con una panti morada que sacamos de la pieza de mi hermana. Golpeó despacito su brazo un par de veces para que apareciera la vena, la inyección fue un éxito.

Una frescura se expande desde el punto de contacto hasta el rostro lo duerme cayó en el sillón morado habíamos puesto las almohadas de mi cama. Llevamos casi todos los cojines de mi casa al living para que todos pudieran estar acostados en su volá. El rostro se le desvaneció, no era un rostro dormido, sino que desocupado, inhabitado. El puente que muestra hasta qué punto el suelo de las certezas puede hundirse bajo nuestros pies. La distancia todo distancia y apenas unos tanteos con la mirada con una mano tranquila larga, todas las manos eran largas cuando se alzaban para tantear la distancia sus dedos frágiles se extendían casi alargándose, sé que tocaban algo quizás. Tomó la mano de Mique, siempre inocente y atractiva, que estaba sentada al lado ella, cayó de nuevo. Las cosas se unificaron perdieron profundidad de campo que hermosa manera de extinguir la perspectiva estudiamos arte por la chucha tenemos la perspectiva metida en el culo. Ritmos de planos, no veía bien no estaba presente en lo que estaba viendo, no era ni siquiera un espectador tal vez un espectro, una pantalla misma ella lo que lo rodea lo proyecta desde esos ojos del mismo color de su cara a veces tiritaban. Bosco estaba sentado a sus pies eran quince metros de sillón morado hasta ella que andaba en mi casa como en un barco lo veía desde abajo gigante alzándose, me dijo después. No quiero reproducir nada apenas alguna señal de lo que en el grupo oscilaba. Preguntó por Manuel, su pareja que estaba más allá, cuánto espacio más allá y lo vio desplomándose tranquila de nuevo en el mar púrpura de mi sillón. Una vez follé en ese sillón.

El Manolo estaba al otro lado de la habitación acostado en el suelo sobre unos cojines floreados rojos. Levantaba los brazos, miraba sus manos tocaba su rostro a veces, la mayoría del tiempo estático y gris, suspendido, todos los tiempos, el tiempo claro, en todo caso decía la Anto decía frugelé, era uno, se le antojó una de esas mierdas y pensaba en los caballos se le cruzaban pianos por encima, me senté al lado de él y me miraba con cariño. Despojar lo cotidiano de su manto lógico y estéril para dimensionarlo en su estado esencial, el vacío que cobija, en el que nos acurrucamos. Agarró mi brazo un momento, lo apretó, mi brazo y la distancia, menos mi brazo, agarramos un tubo de metal, uno por cada extremo, me dijo que le gustaba estar drogado conmigo al lado en LSD, a mi no me había pegado todavía.

Lo otros pasaban sus voladas callados exclamando a veces Paz ya estaba saliendo de a poco volvía a nosotros sonriendo, la distancia no se recorre, se evapora. Anto fue la última, estuvo todo el rato preocupada de inyectarle al resto, al fin Paz se lo hizo, desapareció haciendo gemidos echando su cabeza hacia atrás y su cuello se veía bello. Todos se veían bien, yo estaba tan cerca, mi casa, me los imaginé viviendo conmigo, lejos en el tiempo siendo viejos drogándonos de vez en cuando. No recuerdo muy bien sus voladas, al Bosco ya le estaba pegando el ácido estuvimos escuchando a Ornette Coleman, escucho muy poco jazz cuando estoy con ellos, ponemos más rock y psicodelia en general. Manolo estaba maravillado con el free jazz los sonidos le eran pomposos y casi tangibles se adentraba en las frecuencias, Paz en la materia. Hablé un rato de Ornette. Yo andaba por ahí mirando sonriendo mucho porque de verdad sentía que todos ellos me cruzaban me atravesaban sonriendo también y mi casa era mi cuerpo, todo estaba dentro mío, abierto. Tenía un saxo andino y tocaba melodías orientales a veces monótonas, vibraciones doblando una nota siempre calzaban, las hacía para ellos. Yo era para ellos. Cuánto saben los caballos, decía Manolo; usan la ketamina para dormirlos y operarlos.


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