21 abr 2010

Sueño y almuerzo.

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Despierto dándome cuenta de que falté al trabajo, nadie me llama porque nadie trabaja conmigo. Traté de recordar el sueño que tuve. Chocaba mi camioneta contra un portón de barrotes de metal que abría hacia un subterráneo, el portón se rompía como vidrio, y sin estruendo. Frenaba después de destruir dos escritorios y matar a dos personas, jefes de camisa y suspensores. Había mucha más gente en el lugar, deambulaban por ahí, entre muebles sin nada repartidos, algunos botados sobre el pavimento frío. Nadie se alborotó con mi llegada, un oficinista me preguntó mi nombre y número, se los dije, los anotó en un folio que fue a guardar a una repisa de archivadores. Mi número lo sabía de memoria, como si en mi cabeza se evaporara la ignorancia lentamente me di cuenta de que era paciente de aquel lugar, una especie de manicomio inútil, una guardería para ociosos. Pusieron música, luego la apagaron, yo miraba el piso de cemento, marcas que solían guiar autos borradas por el uso, lineas amarillas demacradas, cuadriculaciones de estacionamientos, ceda el paso, todo un código antiguo e inútil. Nada tenía sentido en ese lugar. La gente miraba las paredes blancas empolvadas, caminaba lento y algunos conversaban entre ellos sin escucharse. Estaba ahí la hermana de alguien, algún amigo, alguna antigua novia, un rostro sin gesto, un rostro agujereado por las carencias de mi memoria pero hermoso. Su cuerpo estaba intacto y vestía sostén y medias negras. Me acerqué, estaba apoyada en un escritorio cuyos cajones estaban abiertos, desparramados. Cerré los cajones abiertos y recogí los caídos, poniéndolos en su lugar y cerrándolos también, alineé el mueble con una de las lineas demacradas del suelo, ella permanecía indiferente, cuando terminé de hacer todo eso, se apoyó de nuevo, con las palmas de las manos en el borde de la superficie, la columna curvada y mirando el piso. Me acerqué por atrás y le abracé las tetas, la acosté encima del escritorio. Era un cuerpo sin fuerza, un alma sin voluntad. Le dije que iba a culiármela y no respondió nada. Empecé. Al rato empecé a escuchar mis propios gemidos, eran de mujer, eran de ella, pero su rostro estaba inmóvil. Me pregunté que si yo estaba encarnando sus gemidos, dónde estarían los míos. Me alejé de ahí.


En mi casa me llaman a almorzar, prendí la tele un segundo entre este párrafo y el anterior. Un segundo de "Dos Hombres y Medio" y mi angustia se disipó, abrí la cortina, el ruido de las cosas. Bajé a comer en calzoncillos y polera, la polera, gris, tiene una mancha de vino de ayer en el sector que cubre el esternón. Mi madre me dice: "Se te manchó la polera, pucha", mientras se lleva a la boca el tenedor. Tiene cara de sueño igual que yo. La angustia vuelve, la quedo mirando como si mirara un rostro en una foto, o en la tele, es un rostro sufrido, ha tratado de extinguirse, está a dieta, siento latir su pasado alcoholismo, su pasada violencia con nosotros. Recuerdo cuando hojeé sus cuadernos que quedaron desparramados cuando la internaron. Nos fuimos a vivir donde mi abuela. Una tarde fui a mi casa, deshabitada, salté la reja y trepé hasta el segundo piso, entré por la ventana cuya cerradura no funcionaba. En su pieza, abrí un cuaderno en una página al azar, decía que estaba feliz de no haberlo visto en una semana porque su semen iba a ser mucho cuando se vieran, y se lo tragaría todo para guardarlo, luego cambiaba de ánimo y lo maldecía por quizás durante esa semana haberse follado a alguna puta y haber malgastado su semen en ella, nadie se merece tu semen más que yo, aguárdalo para mí y te juro que me lo tragaré todo. Cambié de página, describía el proceso de hacer una torta con uñas de nosotros sus hijos, uñas que había guardado, y luego comérsela ella sola y cerré el cuaderno. Aparté mi mente de lo leído. Estamos comiendo pollo arvejado y papas cocidas, llega mi hermana pequeña, me saluda y dice que terminó el dibujo que empezamos el otro día. Le digo que bueno, lo veremos después de comer. Mientras avanza el almuerzo, converso con mi madre de banalidades, pelamos a mi hermana grande por tener la pieza desordenada, por no bajar las bandejas y dejar la mayonesa pudriéndose, por lo que después hay que botarla, gastar plata. Intertanto aparece mi hermano, se sienta, come rapidísimo y abandona la mesa sin decir nada, nunca. Mi hermana chica se levanta de la mesa, se pierde en los pasillos, mi madre y yo nos levantamos, vuelvo a mi pieza. No vimos el dibujo.

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