21 abr 2010

Daniela durmiendo, acosos sexuales.

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De un edificio sale caminando una mujer, el edificio es una facultad universitaria. Lleva un bolso negro con cuadernos y fotocopias. Camina como caminan muchas mujeres en forma y veinteañeras, con decisión y qué se yo, con un culo y un par de tetas y un rostro y algo en su cabeza; una persona, un deseo, un baño caliente, una habitación con cama que acoja su espalda curvada. De ella conozco una historia, divulgada a mí por una amiga suya que sucede ser mi compañera de sexo. No demoró mucho en contársela, se venían conociendo hace dos semanas y compartido unas cinco borracheras.


Tenía quince años en navidad del año 97. Después de un día de compras para la ocasión caminaba de la estación a su casa, cuando fue abordada por la espalda por unos pasos cualquiera que pronto se le convirtieron en un cuchillo en el cuello, y en una voz de hombre y en una orden de caminar abrazados hasta un terreno baldío. Ahí fue forzada a chuparle el pico, que junto con el cuerpo olía a suave jabón y piel limpia. Llorando desertó de la tarea y se desplomó, el violador subió sus pantalones y refunfuñó amenazadoramente, cosa que a ella le hico decidir que era mejor hacerlo eyacular que enojar, ya que la muerte esperaba en su mano, brillando a luz de algún farol lejano, reflejando en su hoja tierra muerta. Le bajó nuevamente los pantalones y sorbió hasta tragarlo. Luego, a costa de la presión del cuchillo, se alejaron abrazados de la escena del crimen sin hablar hasta decidirse separar en una intersección de calles. El hombre le pidió perdón y dio una última orden: que no mirara hacia atrás cuando se alejaran, no lo hizo, pero si lo hace al contarlo y recordarlo. Paró a un auto rogando ser transferida a su casa, lloró todo el camino y guardó el suceso para si sola por años.

Mi compañera de sexo la escuchó piadosa, conmovida, con admiración y empatía. Le contó su propio repertorio. Una vez fue cuando a los doce años fue abordada por dos supuestos camarógrafos reclutas de mujeres para modelaje publicitario que la invitaron a un rodaje subiéndola a un auto y manejando hasta una calle poco transitada, donde la incitaron a quitarse ropa mientras grababan, su resistencia hizo desistir a los agresores, que resignados la fueron a dejar donde mismo la encontraron. Quizás el material que alcanzaron a registrar les hizo el día de todas formas. Otra: ella de quince junto a su hermana de trece, fueron amenazadas verbalmente por un grupo de flaites jóvenes en un bosque en Talca. Las obligaron a transitar con ellos y asumir posiciones incitantes, no se propasaron físicamente, les ordenaron irse calladitas a donde tuvieran que llegar. La tercera fue un acoso verbal por teléfono, ella llegó a sospechar que puede haber sido dirigido por un paciente trastornado de su madre, que siendo psicóloga a veces proporciona el número de su domicilio a sus pacientes. Habiendo contestado ella el teléfono, fue interrogada eróticamente con preguntas como: ¿Tienes pelitos en la rayita? Tenía siete años. La última fue un caso de exhibicionismo. Estaba sentada en el patio delantero de su casa dibujando, cuando a la reja se encaramó un viejo con ropa deportiva, sacó el pico y lo sacudió, preguntando desde lejos: ¿Te gusta, te gusta? Ella entró a la casa. Ahora la tengo durmiendo a mi lado, en mi cama, boca arriba y boca abierta.

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