21 abr 2010

Puta

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Al mirar por la ventana del hotel hacia abajo, desde un quinceavo piso, divisé al centro de la plaza circular que está a los pies del edificio a una vieja cholita que ofrecía piedras y conchas encima de un manto azul. Quise ir a comprarle, pero decidí volver a la cama un rato, con mi abuelo en la de al lado, que tanto me consuela su presencia.

Me asomé por la ventana de nuevo, ya cuando la luz del día languidecía, y la vieja ya estaba empacando su puesto. Salí rápido sin darle explicaciones a mi abuelo, bajé las escaleras en vez del ascensor y atravesé portería con una sonrisa de ensayo.

A la salida del hotel, en unas escaleras que desembocan en las puertas de vidrio tremendas, estaban varias putas sentadas en los escalones o de pié apoyadas en las barandas. Vestidas parecido, minifalda o vestido negro, y de diferentes nacionalidades.

Pasé de largo el primer grupo, que más que nada lo formaban orientales mirando hacia la circular plaza desde la callecita para llegada de autos del hotel. De ahí, en la escalera lateral vi a una vestida de negro también, sentada sola en el cuarto escalón, con su mano sosteniendo su rostro. Llevaba lentes oscuros que se sacó cuando se dio cuenta de que la estaba mirando. Su mirada me invitó a sentarme a su lado, con mi vergüenza de siempre, que ya he explicado. Mientras sonreíame pregunté respetuoso y risueño pero estúpido, ¿estás trabajando? Me dijo que sí y bajé la mirada hacia sus piernas, que, hermosas, me dieron pena y deseo. Pregunté sin mirarla, ¿y cuánto vale la hora? Me respondió con su voz pequeña y tímida, saliendo de su rostro entre asustado y resignado, con evocadores ojos azules grises pero no exagerados ni indebidamente maquillados, hundidos, mirando desde lejos pero con ternura, me respondió, cinco euros. Supe, por lo irrisorio del precio, que quería estar conmigo. Sonreíle y dije que era muy bella, pero andaba yo haciendo otra cosa, así que debía irme. Me levanté despidiéndome y caminé hacia la plaza alejándome nervioso y conmocionado.

La vieja de las piedras y las conchas ya había guardado todo y alcancé a mirarle los ojos antes de que se diera media vuelta y dirigiera al paradero. No me decepcionó esto pues me dio una razón para volver a hablar con la puta. Compré cigarros en un puesto ambulante, volví al sector de ellas y mío también, por estar alojado en el hotel del que esperan salgan o lleguen sus clientes. No estaba ella donde antes, sino en el grupo de arriba, mirando el tránsito y la plaza. En la conversa anterior no le había mirado las tetas, ahora desde lejos parecían todo, eran perfectas pero yo sabía que estaban asistidas en su envergadura por sostenes apretados.

Subí la escalera y la abordé por detrás, tocando su hombro con un dedo y bajando la mirada para cuando se diera la vuelta. Todas se la dieron y me miraron pesadas menos ella, que me llevó hacia un lado y preguntó, ¿por qué no me contrataste antes? Respondí: ir a comprar algo, ¿qué?, cigarros. Me estaba ya fumando uno. La invito a pasar al hotel, le dije que fuera discreta. Íbamos de la mano atravesando un pasillo alfombrado en rojo cuando la abrasé del vientre desde la espalda y torcí su cuello hacia el lado y arriba para besarla. Sus labios humedecieron los míos y estuve más triste.

Sabía donde llevarla, porque claro que en mi pieza estaba mi recto abuelo, a una habitación en el sector de personal del último piso que ya en la noche no se concurría casi nada, una habitación con colchones de repuesto para las habitaciones. No alcanzamos a llegar cuando desperté.

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