18 abr 2010

041

_


Venía de un bar en el que habían pocas minas. Me fui de ahí de un arrebato después de pedir y tomar un último trago. Mientras descargo en el baño escucho crepitar restos de espuma en el lavamanos, alguien usó mucho jabón. La garganta me pide algo, líquido, transparencia, pero con tiempo los generará sola, a menos que fume cigarros. En la calle me despedí de nadie, del bullicio que me atravesaba la cabeza, del frenesí mediocre y la música mala. Ya estaba solo con la calle, tambaleante y mirando los carteles de tránsito, que con su cáncer me enviaban mensajes de éter, de pausa y calma; "Ningún lugar", "Ninguna hora", "Solo", "Sentido único", "Retorno", "Silencio", Sin Salida", "No", "Zona de exclusión". Llegué a mi auto y tomé la costanera para llegar por Los Leones a Javiera, una puta transexual de rostro bello. No la recogía hace unos cuatro meses, me recordó de inmediato, y se subió con su ropa de puta, piernas altísimas y tetas que hasta una mujer querría, cobrando diez la francesa. Hace los cuatro meses le pagué diez y terminó dándome el servicio que hace por veinte, nos llevamos muy bien, le decía rica y ella estaba orgullosa de su carita de mujer y de su éxito en las calles, con las ganancias ahorraba para operaciones, vivía e iba a fiestas. A veces trabajaba de once a dos y luego partía en taxi a las fiestas, no le gustaba tomar mucho. Abro las cortinas de mi pieza y me doy cuenta a las dos que es un día nublado, uno de los pocos que ha habido en lo que lleva del año. La luz entra apagando las ampolletas, abro la ventana y enciendo un cigarro. El ahorro para sus operaciones se había transformado en tetas nuevas, estaba feliz con ellas, me las mostró entusiasta, las toqué, nunca antes había tocado tetas falsas, ya que hace cuatro meses eran de puras hormonas, me dijo. Decía también riéndose que sus amigas estaban celosas, y mientras nos alejábamos en mi auto, sacó una teta por la ventana y agitó su brazo saludándolas. Me guió hasta una calle de poco tránsito con muchas casas desocupadas, donde podíamos hacerlo tranquilos. Eché mi asiento hacia atrás y me puso el condón con la boca, empezó a chuparlo. Estaba bien borracho y hacía esfuerzos por mantenerlo arriba, pero ella lo chupaba bien y acompañaba con halagos sobre mi tamaño, tocaba sus tetas, duras y redondas, como un par de gigantes moluscos perfectos. Al rato me preguntó si quería culiármela y asentí. Nos bajamos del auto y caminamos con los pantalones y la falda abajo hasta una entrada de autos. Se lo puso en el culo y después de unas cinco embestidas se rompió el condón, lamentos de "qué lata" de que "qué hacemos", era su último condón, dijo, justo su último condón, luego de esto se iba pa la casa, dijo, por eso me dejó culiármela, además de porque la calentaba. Lo solucionamos yendo a pedirle uno a sus amigas, en el camino conversamos de sus tetas, de que la operación le había dolido mucho, se la había ido a hacer a Ecuador, quería ponerse cien gramos más. Cuando nos acercábamos a sus amigas las descubrió, mostrándoles burlona sus dos moluscos, una rucia nos pasó el condón pendiente y Javiera le agradeció con un beso en la boca. Volvimos al mismo lugar y lo hicimos, rápido, fuerte, la tristeza me atacó justo durante el orgasmo. Nos preguntamos si nos había gustado, me dijo que para la próxima podríamos ir a un motel, yo bromeé con que podríamos ir un fin de semana a la playa, le pedí su teléfono y no me lo dio, se despidió afectuosa. Me visualicé de pareja con una puta transexual, llevándola a mi casa a comer. Me llamó un amigo del que me había separado en el bar y le conté la historia, hablamos buen rato, y me dijo que siendo el hijo único, yo era su hermano, que me había echado de menos este último tiempo y que no me desapareciera. Agradecí su honestidad y a quien sabe por tener amigos así. Nos despedimos tristes, apostando a que el sueño iba a velar la muerta noche. La gente empezaba a llegar a los paraderos para tomar las micros a sus trabajos, el día comenzaba a quemar los rostros oscurecidos, los vagabundos cambiaban de posición en sus rincones, entre sus cartones y sábanas grises, sábanas hechas del polvo de la ciudad. Entré a mi casa trémulo de frío y vomité en el estacionamiento, caía sonando el agua de la ducha en la pieza de mi nana. Entré e hice cariño al gato, la madrugada es el mejor momento para hacer cariño a un gato, pues seguramente ha estado solo durante gran parte de la noche. Subí a mi pieza tosiendo y me devolví para salir al jardín a fumar el último cigarro. Pensé en el día, en la noche, en el arte y en mi pareja, en lo poco que me importa culiarme a una mujer que nació hombre y que todavía no ahorra lo suficiente como para pagarse la operación en que le construyen una vagina. Quién se ha dado por vencido. Quién se ha decepcionado. Quién se siente culpable. No importa, me desperté tranquilo, con la música todavía sonando, habiendo soñado con quién sabe quién sin rostro y le hablo y algo que no puedo hacer aunque quiera y trate. Ya me están llamando a almorzar, hoy hay pastel de choclo, mi comida favorita.


Cuando se subió al auto, le llamó la atención un olor que no quiso describir más que con "raro", no llegué a concluir si realmente era así, y si es que así fuera, haber sido debido a la presencia de Javiera ayer en el mismo asiento, descubriendo sus tetas y abriendo condones, ¿dónde dejó el envoltorio? Es imposible que ella si quiera intuya que ayer me follé un trolo, he construido por lo menos esas fronteras en la imagen que tiene de mí. Javiera olía a puta, y ese olor lo conoce casi ninguna mujer, menos puta de calle, menos transexual. El lugar más fácil en donde mentir es en el que aunque contaras no te creerían, la gente no sospecha lo suficiente los unos de los otros, de ahí las decepciones y desengaños. Javiera será, por lo menos por cuatro meses, solo un olor, solo un fantasma en el asiento del copiloto de mi auto. La presencia de mi compañera sexual oficial ha borrado esa experiencia hasta en mi conciencia, el encuentro y enfrentamiento con ella ha desmoralizado y desmemorializado el suceso, no existe más detrás de mi rostro, en mi cabeza no es más que un capítulo de un libro ajeno. 


Converso con ella de banalidades, pero con una complejidad en los gestos que raya en lo grotesco, su cuello palpita sin querer, se inflaman todas sus curvas y su rostro toma un gesto de negación y humor. Es divertido como la vergüenza se instala porque algún otro nos conoce demasiado. Con ella nos conocemos mutuamente los mecanismos expresivos del cuerpo, las entonaciones frustradas, las expectativas administradas como una empresa, las reacciones medidas. Todo queda expuesto. Los colores internos de nuestros cuerpos se conocen. Mi pene y su vagina han generados cámaras de registro, los colores de nuestros intestinos cambian cuando nos encontramos o confrontamos o abandonamos. Lo que llaman química entre personas, desarrollado, se transforma en un espectáculo perverso y sublime, un espejo que descaradamente engaña, trazando una silueta diseccionada y organizada, según juicios que se acostaron hace tanto en la interacción. Estamos separados por una superficie, pero la toco con libertad al llegar a mi pieza, le pego en el culo de broma y le toco las tetas, no follamos porque se duerme.

Al día siguiente nos despiertan las cortinas abiertas, demasiada luz aunque el día de nuevo está nublado. Su cuerpo en mi cama es una bienvenida viniendo de seguramente una pesadilla, no recordé. Trato de darle la bienvenida a ella también, a un nuevo día, a mi lado, a quien sabe qué de mí que ella todavía soporte. Quiero que este día sea mirar por la ventana, usar la tarde como un pañuelo justo antes de botarlo porque está muy sucio, botar la tarde como un condón usado, gastar el día como dinero en la noche, esperar el sueño como a una consulta con un doctor, una consulta para autorizar los exámenes que confirmaran tu sanidad por ahora. Quiero que nos demos por vencido juntos, que fallemos al despertarnos, que fallemos en todo hasta en morir, porque nos seguiremos hiriendo. Ella no concordará con mis expectativas, quiere ser feliz, y se intuye y hasta sabe a veces que la forma más fácil de ser feliz es gracias a la ignorancia. Ella no tiene por qué saber que a veces me follo a trolos, no tiene porque saber que quiero que nos destruyamos el uno al otro plácidamente como si muriéramos mientras dormimos, no tiene por qué saber que su rostro en mi fantasía está desfigurado por el fuego del odio, no tiene por qué saber que la amo. Basta con que se pueda quedar callada cuando quiera, y así fue en el camino de vuelta a su casa, después de haber almorzado con mi familia, nos despedimos como si hiciéramos una firma en un documento insignificante, un comprobante de tal trámite que no debe ser presentado ante nadie.

Soy un recuerdo, una muralla de agua, un atraso, un atasco del tránsito en la carretera, con gente bajándose de sus autos resignada, con histéricos tocando la bocina y quejándose, soy un producto pronto a vencerse, que alguien se come por eso mismo, para no tener que botarlo. Soy una pila de reciclaje que ningún camión recoge, soy un desertor.


_

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores