25 abr 2010

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La acidez del aire del centro puede percibirse por el olfato y produce lagrimeo. El malestar físico, el sufrimiento, la angustia y la desintegración de la personalidad son silenciados por el tránsito y el asfalto. Perra, deberías estar acá, dispuesta y paciente, para escucharme con simpatía, contestar mis preguntas, atender mis ansiedades, calmar mis preocupaciones y darme todo el apoyo moral que necesite. Bueno, eso solo lo hacen los doctores apenas, tu estás no se dónde y padeciendo también.

Quizás debería haber celebrado más, digo en la fiesta, haberme esforzado por un chocho, en vez de fumar hierba como idiota. Algunas me conversaron, yo con mis brazos cruzados, vodka tónica en la mano derecha, sentía el roce de sus tetas, sus cinturas. No tenía mucho que hablarles, en esas circunstancias no puedo salir con que a través de la historia, el hombre se ha hecho siempre las mismas preguntas, lo que ha cambiado han sido las respuestas. Nena, a ese cambio de respuestas le llamamos progreso. Yo me quedo con las preguntas, con tu cara de pregunta.

Me dejaron botado, es que estaba recluido en la esquina como imbécil, fumando mi último cigarro, tomando un último concho de cerveza. No estaba esperando nada, la verdad, apenas contemplando lo que me parecía un escenario intrigante. Un gran árbol se alzaba frente a un pasillo aéreo, una especie de puente. Tras el árbol, gris por la falta de luz, pasaban tambaleándose siluetas negras borrachas esperanzadas y putas histéricas. Pensaba: el paso de un hombre corriendo tras un árbol y este que crece y no percibimos su movimiento. Compararnos con cualquier estropajo de la naturaleza me resulta deprimente y recuerdo el mierdoso ritmo que llevamos. A algunos les da intriga y esperanza, se encomiendan gozosos. Nuestro objeto no puede ser buscar, por puta curiosidad estéril, lo que los cadáveres puedan ofrecernos por cosas notables, sino reconocer nuestra celda por signos definidos y síntomas constantemente recurrentes.

Terminé de tomar, salí rápido por el pasillo flotante, aterrado por ser una de las siluetas tras el árbol, me agaché. En la escalera me despedí de Laura, una de las que me había rosado con sus tetas, crucé el salón central y me despedí con odio de los guardias, no me habían dejado entrar una cerveza cuando llegamos.

La alameda y la evaporación pútrida, me puse a caminar. No quería esperar la micro, solo confiar en que si pasara yo estuviera justo en un paradero. Caminé alrededor de un kilómetro y sucedió. Arriba de la micro, esa imagen vasta atenuada por la borrachera. Hombres huesudos, con pómulos salientes, ojos grises somnolientos casi penosamente reflexivos, labios y nariz estrechos, otros gordos y apretados, embutidos en sus trajes, también los viejos con gestos plácidos y el pico derrumbándoseles seguramente. Todos iban a trabajar mientras yo volvía del carrete y entre las pesadas expresiones una mujer de rostro tosco, durmiendo, grandes labios, nariz y ojos dormidos, tambaleándose en su asiento y el ruido y su pelo negro y tengo que bajarme.

En la calle me topé con los travestis, le dije a uno que quería algo, quizás una mamada y me llevó a un lugar de mierda, una entrada de autos muy expuesta. Me toqueteaba pidiéndome que le cancelara antes. Pasó un taxi y corrió a decirle algo, espérame, dijo, pero yo hice lo que sabía iba a hacer desde un principio. Escapé. Estaba al lado de mi casa. Salté la reja y entré por la puerta trasera.

Volverse solo, en micro y borracho, desde un carrete puede ser decepcionante. Tanto que quizás habría pagado por esa mamada si ella no hubiera corrido tras ese taxi. Una vez en la cama todo se desvanece mientras escribo. El ideal que trataremos de realizar, hasta donde alcancen nuestras fuerzas, será la condena diaria del acontecer frustrado. No darse cuenta está bien, emborracharse, perfecto. Pero volver solo sin haberme despedido de nadie importante, ningún buenas noches o nos vemos o cuídate, está mal, joder, quizás, está mal. El sueño se abrirá por razones de interés físico. Se encontró que la apertura de su estómago se había cerrado y endurecido hasta la parte más inferior resultando en que nada podía pasar por ahí a los órganos siguientes, lo que hizo inevitable la muerte.


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